martes, 14 de enero de 2020

El teléfono estropeado

Es de sobra conocido que al final de cada auditoría tiene que haber un informe. En muchas ocasiones, este informe pasa por las siguientes etapas: Lo emite el auditor, se lo pasa al responsable auditado que lo transmite a algún mando intermedio para que trabaje sobre él y elabore las respuestas. Finalmente, ese mando intermedio comunica a su superior lo que ha hecho, y éste, por último, le manda al auditor las evidencias de cierre y las explicaciones pertinentes. Sobre el papel, es un proceso sencillo, pero a mí me recuerda a una historia que me contó mi padre, de cuando él estudiaba:

"Don Evaristo sentía pasión por la Historia desde que era Evaristo, sin el "don". Para él, lo más importante era siempre lo que ya había pasado, y la grandeza de las personas era directamente proporcional al tiempo que llevaban muertas. De él se comentaba que prefería leer los periódicos atrasados porque lo que contaban ya era historia. Tanta era su afición que cuando tuvo oportunidad estudió la carrera de Historia y Geografía, por supuesto, aunque él siempre omitiera eso de "y Geografía", que le parecía casi insultante. Don Evaristo sabía que con esa carrera no se iba a hacer rico, pero no le importaba, porque tenía el convencimiento de que hacer algo que le gustara era mucho más importante que pagar un alquiler, o comer todos los días, así que vivía humildemente con su sueldo de profesor de Historia en un colegio público, cargo que desempeñaba desde hacía años para intentar transmitir su vasto conocimiento a los numerosos niños que habían pasado por su aula.

La Historia es un hecho objetivo, como una auditoría - decía muchas veces a sus alumnos cuando alguno de ellos decía algún disparate, sin darse cuenta de que a pesar de que nunca ninguno preguntara, lo más probable es que ninguno de ellos supiera lo que era una auditoría - La Historia no es interpretable - continuaba - Los hechos son los que son, y es labor del historiador contarlos sin manipularlos, desde la más absoluta imparcialidad - Porque a Don Evaristo lo que verdaderamente le indignaba era ver como autoproclamados historiadores gastaban el dinero del contribuyente en pretendidos estudios cuya finalidad era reescribir la historia, no como fue, sino como el político de turno quisiera que hubiera sido. Para ilustrar este concepto de la manipulación histórica, Don Evaristo solía hacer un sencillo experimento en clase: llamaba al alumno que estuviera sentado más cerca del profesor, y muy despacio, al oído, le contaba algo relacionado con la lección que estuvieran viendo. Luego le pedía que se lo contara al siguiente, y éste al siguiente, y así hasta que todos hubieran oído la historia. Al último alumno le pedía que contara en voz alta lo que le habían transmitido y finalmente él volvía a contar la misma historia original. Con eso, quería enseñar a los niños que por muy sencilla que fuera una información, esta se manipulaba, voluntaria o involuntariamente, al ser transmitida de una persona a otra.



A ver, Romualdo, ven aqui. Te voy a contar una cosa, y la tienes que decir al siguiente, pero sin que la oigan los demás, y así, uno a otro vais pasando la información hasta el último - dijo esa mañana Don Evaristo, dispuesto a poner en práctica su experimento de manipulación - Mira, es muy sencillo: Isabel de Castilla se casó con Fernando de Aragón, uniendo así los dos reinos más importantes de la Península. Con la Toma de Granada, en 1492 se completó la unión de todos los Reinos, y se dio origen a lo que hoy conocemos como España - susurró muy despacio y con claridad al oído de Romualdo. Éste transmitió el mensaje a su siguiente compañero, y la cadena siguió durante unos minutos. Don Evaristo veía cómo los últimos alumnos se reían al escuchar lo que les decía su compañero, sin comprender muy bien qué tenía de divertido lo que acababa de contar.

Una vez que la información llegó al último alumno, Don Evaristo le pidió que contara lo que había oído. El niño se puso colorado, bajó la cabeza, y masculló:

- No creo que deba decírselo
- Sí hombre, no tengas vergüenza - le dijo el profesor
- No, de verdad, no creo que deba decírselo - insistió el niño, cada vez más nervioso
- Claro que debes decírmelo. Además, esto no es un examen. No se trata de que me digas lo correcto, sino lo que has oído. Ese es el interés de este juego -  dijo Don Evaristo con un tinte de apremio en su voz
- Pues, verá ... 
- ¿Sí? - inquirió el profesor
- Pues lo que me han dicho es que... - Se volvió a interrumpir el alumno
- ¿Lo dices ya o te castigo? - dijo Don Evaristo, que empezaba a estar muy enfadado
- Pues que usted es un hijo de ...- No pudo terminar la frase, porque el resto de niños prorrumpió en risas y carcajadas.

Don Evaristo encajó el golpe sin inmutarse. No era la primera vez que le ocurría algo así, y probablemente no sería la última. Gritó a su clase que guardara silencio y comentó:

- Lo veis, cambiar la historia siempre lleva a insultos y conflictos."

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