martes, 26 de noviembre de 2019

Visto para sentencia

A sus casi 60 años, el Honorable McIntyre estaba más que acostumbrado a lidiar con todo tipo de problemas empresariales. Por la Sala del Juzgado que presidía habían pasado, a lo largo de las últimas tres décadas innumerables casos. Tantos, que ya no se sorprendía por casi nada. El proceso era siempre el mismo: la acusación exponía la situación, y pedía penas desproporcionadas para los que consideraba culpables, la defensa daba razones que consideraba buenas y pedía la total absolución de los acusados. McIntyre los escuchaba a todos, pero sin mucha atención, porque todos los casos eran parecidos. Luego, tiraba de su portentosa memoria para dictar sentencias que cuadraran con la jurisprudencia conocida, aunque generalmente no satisfacían a ninguna de las partes. Y ya estaba. A otro caso.

Aquel viernes no era diferente. Una empresa había perdido a un cliente debido a la venta de un lote de productos defectuoso y se acusaba al Director de Planta y al Jefe de Fabricación de negligencia. Si se les declaraba culpables, estarían despedidos. McIntyre no tenía ni idea de qué productos eran esos y tampoco había oído hablar de la empresa en cuestión, pero en ese momento esas eran sus mínimas preocupaciones. Lo único que quería era terminar la sesión y largarse a su cabaña al lado del lago para pescar durante todo el fin de semana.

-¡En pie! - gritó un ordenanza de mandíbula cuadrada - ¡Entra en la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

Los acusados, los correspondientes abogados y una decena de asistentes ansiosos de morbo se levantaron al ver entrar al juez y se sentaron una vez que éste lo hizo.

- Se abre la sesión - dijo McIntyre con desgana - Por favor, que hable el letrado de la acusación.
- Con la venia, Señoría - El abogado de la acusación, un tipo alto y repeinado, comenzó a hablar con la seguridad de quien cree tener la razón absoluta - quiero exponer un caso que nos parece constitutivo de grave negligencia con resultado de defectos irreparables en los productos de la empresa, que han llevado a importantes pérdidas económicas y de imagen reputacional.

A McIntyre le cansaba ese lenguaje ampuloso propio de su profesión, pero estaba de acuerdo en que si el abogado hubiera dicho "Los acusados son una panda de vagos y nos han hecho perder un montón de pasta porque lo que han fabricado es una porquería" el público en general acabaría perdiendo el respeto a la Justicia.

- Prosiga, por favor. Sea breve y conciso, que no tenemos todo el día - Respondió el juez.
- Bien - continuó el abogado - El caso es que se ha puesto a la venta un lote de productos defectuosos. El cliente, uno de los mejores clientes de la empresa por cierto, lo ha devuelto y ha cancelado el contrato. El resultado es de unas pérdidas millonarias. Esto se ha producido por una grave negligencia de los acusados: El Director de Planta y el Jefe de Fabricación. No pueden seguir trabajando aquí, y esta acusación pide el despido inmediato.
- ¿Tiene la acusación pruebas? - inquirió el juez, con absoluto aburrimiento
- ¡Por supuesto! - contestó triunfante el abogado - Unas semanas antes del hecho, se llevó a cabo una auditoría interna. El auditor detectó graves fallos en los procesos y los plasmó en su informe - 
El abogado esgrimió con una amplia sonrisa un par de papeles y calándose unas gafas de pasta comenzó a leer: - "Se evidencia que los procesos de trabajo no están definidos en ningún procedimiento o documento similar. Adicionalmente, se evidencia la ausencia de algunas herramientas requeridas para la fabricación, y los planos utilizados están en un estado de revisión obsoleto."
- ¿Qué tiene que decir la defensa al respecto? - preguntó McIntyre no mucho más interesado que antes.
- Con la venia. - El abogado defensor era la antítesis de su colega de la otra parte. Era un tipo pequeñito, con ojillos maliciosos que se movían de un lado para otro detrás de unas finas gafas doradas. - Si bien es cierto que la auditoría interna detectó eso, ya se respondió a esa auditoría enviando unos comunicados internos al personal implicado. Todos dijeron que lo habían leído y entendido, por lo que dimos por cerrada esa cuestión. Pido la absolución de mis defendidos, porque ya tomaron acción respecto a los problemas detectados en esa supuesta auditoría interna. Si no tienen más pruebas que esa, como ven, es bastante endeble.

Tras decir esto, el abogado de la defensa volvió a su sitio. Uno de los acusados le pasó una pequeña nota doblada mientras le miraba a los ojos con un asentimiento. El abogado la leyó, e inmediatamente se puso en pie.

- Con permiso, Señoría, debo añadir que anteriormente se hicieron otras auditorías, y nunca se dijo nada de que los procesos de fabricación estuvieran mal, o que las herramientas o los manuales tuvieran algún problema.
- ¿Otras auditorías, dice? -Preguntó el juez levantando levemente una ceja - ¿Puede por favor ser más explícito?
- Sí - continuó el abogado defensor - hace un año nos visitó un cliente y su auditoría salió perfecta, sin observaciones. Y estuvo toda la mañana mirándolo todo. Y aún más, otro cliente diferente nos pidió copia de nuestros registros de fabricación y no objetó nada a lo que le dimos...
- ¿Algo que alegar por parte de la acusación? - interrumpió McIntyre, que veía que el caso se podía alargar más de lo que él juzgaba necesario.
- Bueno, las auditorías no lo detectan todo. Depende de la profundidad con que se hagan, y del conocimiento del auditor. Pero cuando se consiguen evidencias de un hecho, éste queda probado. Es una obviedad... - dijo con aplomo el letrado de la acusación - Además, los acusados ya conocían el problema. Hay un acta de reunión en la que se demuestra que estaban al corriente, además de que esto mismo ha sido dicho por otros empleados.

Un murmullo recorrió la sala. Los acusados se miraron con preocupación, y le pasaron una nota a su abogado. Éste se levantó como un resorte:

- Permítame que puntualice, Señoría, en que lo que ha detectado esa auditoría son problemas menores, y hacen perder mucho tiempo en resolverlos, cuando en realidad deberían dedicar tiempo y esfuerzo en resolver los problemas importantes, que son los que ponen en riesgo la continuidad de nuestros clientes.
- Y esos problemas importantes... ¿Los conocen? - preguntó el juez, esta vez sí, con cierto interés.
- Por supuesto, tienen que ver con todos los medios de fabricación: los planos, las herramientas, el personal, etc. Todo eso lo conocen, pero si pierden el tiempo respondiendo a las auditorías internas, no lo pueden resolver - dijo el abogado, erigiéndose en portavoz de la empresa.
- El caso entonces queda visto para sentencia - anunció McIntyre mirando su reloj con una cierta sombra de preocupación en su mirada.
-¡En pie! - gritó otra vez el mismo ordenanza de mandíbula cuadrada que había permanecido de pie todo el tiempo sin que nadie reparara en él - ¡Sale de la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

El juez salió unos minutos de la sala, no tanto porque necesitara meditar su sentencia, sino porque pensaba que esa breve pausa daba al juicio un dramatismo necesario. Por esa misma razón le pedía al ordenanza que gritara cada vez que entraba o salía.

-¡En pie! - gritó por tercera vez el ordenanza - ¡Entra en la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!
- En vista de los hechos probados - dijo McIntyre sin esperar a que los asistentes terminaran de sentarse - declaro a los acusados .... - Hizo una estudiada pausa que no necesitaba, con la excusa de beber un trago de una botella de plástico - ... Inocentes de los cargos de los que se les acusa.

Los asistentes comenzaron a mostrar su sorpresa y a murmurar entre ellos mientras los dos acusados sonreían abiertamente.

- ¡¡Silencio en la Sala!! - gritó McIntyre golpeando con su martillo - Como he dicho, los acusados quedan absueltos de toda culpa, pero vistas las evidencias aportadas por los dos letrados, declaro al auditor interno culpable de crear un alarmismo innecesario al haber escrito en su informe de auditoría cosas que ya eran conocidas. También lo declaro culpable de hacer perder el tiempo a los dos encausados, ahora absueltos, para tener que responder cosas que ya conocían. Y por último, declaro al auditor incompetente  para volver a realizar auditorías, por lo que tendrá que pasar por tres sesiones de formación, impartidas por los acusados, ahora absueltos, para que le enseñen cómo se deben hacer auditorías y qué se debe poner en los informes. ¡¡Caso cerrado!!
-¡En pie! - gritó por última vez el ordenanza - ¡Sale de la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

Los acusados, ahora absueltos, se fundieron en un abrazo, mientras el auditor, que había asistido como oyente, se acercó al abogado de la acusación con cara de angustia.

- ¿ y ahora, qué pasa conmigo? - le preguntó con un hilo de voz
- No sé - dijo el letrado con tranquilidad - supongo que te dirán lo que tienes que escribir la próxima vez para que esto no vuelva a suceder, y te harán invitar a café, por las molestias del juicio. Si vuelves a hacerlo mal, te despedirán.

Y mientras esto sucedía en la Sala, fuera de ella McIntyre estaba ya pensando en su fin de semana de pesca.