viernes, 30 de noviembre de 2018

Así puede cambiar la Ley de Protección de Datos tu forma de hacer auditorías

A estas alturas del año, prácticamente todas las empresas se han adaptado a la nueva Ley de Protección de Datos, y todos los usuarios hemos tenido que aceptar sus (nuevas) correspondientes políticas. Como resultado, no ha cambiado gran cosa. Las empresas de telefonía te siguen llamando a horas intempestivas, tu correo electrónico recibe miles de anuncios todos los días, y la horrible sensación de que tus datos se pasean por ahí sin control te sigue rondando la cabeza. Pero como todos estamos contentísimos porque estamos más protegidos que nunca, pues nadie se queja.
La ley de protección de datos ha llegado a todos los ámbitos, y las auditorías no podían ser menos.



Veamos: Una auditoría es, según ISO 19011 como un "proceso sistemático, independiente y documentado para obtener evidencias objetivas y evaluarlas objetivamente con el fin de determinar el grado en que se cumplen los criterios de auditoría", y esas "evidencias objetivas" se definen como "Registros, declaraciones de hechos o cualquier otra información que sea pertinente para los criterios de auditoría y que son verificables". Hasta ahora, cuando ibas a auditar a otra empresa, un proveedor por ejemplo, podías encontrarte en una situación en la que pedirías la lista de personal, y con tu perverso dedo (puedes ver una pequeña reflexión sobre dedos y perversidades pinchando aquí) una o varias personas de las que solicitar los correspondientes registros. La conversación podría ser algo así:

- "Bien, vamos a ver ahora el cumplimiento de vuestro personal de mantenimiento con el Plan de Formación publicado. Por favor, muéstrame la lista de todas las personas que pertenezcan al departamento de Mantenimiento- pides educadamente.
- Sin problemas. Aquí está
- Perfecto. Por favor enséñame los registros de formación de [Nombre1] y [Nombre2] - dices, señalando dos nombres al azar
- Estos son. Aquí están todos los certificados de los cursos - El auditado responde sin pestañear
- Vale. No encuentro ningún registro del curso de [Título del Curso] para [Nombre2]. ¿No lo ha hecho, o es que el certificado se ha traspapelado? - Lo dices con total tranquilidad, pero en tu interior sabes que esta vez es posible que hayas mordido una buena presa. Miras la cara del auditado, y una sombra de terror casi imperceptible se asoma a sus ojos.
- Tiene que estar. ahora te lo buscamos - responde con un sutil temblor en la voz, mientras agarra el móvil, marca una extensión y le dice, con mal disimulada intranquilidad a quien está al otro lado - Oye, mira a ver dónde está el certificado de [Título del Curso] de [Nombre2] que no está en la carpeta donde debería estar y lo está pidiendo el auditor. Tiene que estar en algún sitio, porque seguro que lo ha hecho. Tráemelo en cuanto lo tengas. Es urgente. Luego se vuelve hacia ti, y con la más absoluta calma, comenta: Ahora nos lo traen. Se ha debido traspapelar".
Pero no. No te lo traen. No está, y no queda más remedio que abrir una No Conformidad que redactas más o menos así:
"No se encuentra evidencia del certificado de [Título del Curso] para [Nombre2], tal y como requiere el plan de Formación Revisón xx de [Fecha] en vigor en el momento de la auditoría"

Ahora, con la excusa de la Ley de protección de datos, la cosa podría ser más o menos así:

- "Bien, vamos a ver ahora el cumplimiento de vuestro personal de mantenimiento con el Plan de Formación publicado. Por favor, muéstrame la lista de todas las personas que pertenezcan al departamento de Mantenimiento- pides educadamente.
- Verás, el Plan de Formación que tenemos no está publicado, porque contiene algunos datos personales. No te puedo enseñar más que la introducción, en la que decimos básicamente que nuestro personal está formado - te responde el auditado mirándote a los ojos.
- Bueno, justamente lo que necesito es comprobar que eso se cumple. Por favor, muéstrame la lista de todas las personas que pertenezcan al departamento de Mantenimiento - Algo en tu cabeza te dice que la cosa hoy va a ser complicadilla.
- Es que la lista de personal no la puedes ver, porque están los nombres de los trabajadores, y eso es información personal - el auditado se siente fuerte al decirte esto, pero tirando de imaginación le dices, señalando a dos personas que están trabajando por allí,
- No pasa nada. ¿Esas dos personas tienen las mismas funciones? - Preguntas despacio, aunque en realidad estás a punto de asesinar cruelmente al auditado, y sólo te contienes porque eso sería muy feo.
- Sí. Son las dos de mantenimiento y tienen la misma categoría. - Te responde sin entender muy bien.
- Muy bien. Por favor muéstrame los registros de formación de esas dos personas. 
El auditado busca esos registros que le has pedido, los observa poniendo ostensiblemente la mano delante para que tú no lo puedas ver y te dice:
- Aquí están, pero no te los puedo enseñar, porque vienen los nombres, y en algunos casos, el número de DNI y la fecha de nacimiento. Y ya sabes,...
- Si - interrumpes con más frialdad en la voz de la que sería profesionalmente deseable - son datos personales protegidos y todo eso.
- Veo que me entiendes - te dice sin más.
La cosa se pone difícil de verdad, pero no cejas en tu empeño. 
- ¿Cuántos certificados hay? - preguntas de improviso, sin dar tiempo de reacción al auditado
- Pueeees, cinco para uno y cuatro para el otro - observa el auditado con terror en su mirada
- ¿Y por qué no son cinco y cinco? - te relames
- Déjame ver, alguno se ha debido traspapelar. Voy a preguntar.
Y dicho esto, agarra el móvil, marca una extensión y le dice, con mal disimulada intranquilidad a quien está al otro lado
Oye, mira a ver dónde está el certificado de... - De repente se da cuenta de que estás allí, baja la voz, se da la vuelta, se aleja unos pasos y dice algo que no puedes oír, pero que te imaginas. Luego se vuelve hacia ti, y con la más absoluta calma, comenta: Ahora nos lo traen. Se ha debido traspapelar".
Pero no. No te lo traen. No está, y no queda más remedio que abrir una No Conformidad que tras pensarla durante una eternidad, redactas así.
"Dos personas con misma categoría  mismas funciones tienen distinto número de certificados de formación. Dado que no se muestran evidencias de que el Plan de Formación sea diferente para diferentes personas que trabajan en los mismo, se evidencia que una de ellas ha recibido algún curso de formación menos del que debería, en el momento de la auditoría".

Esto parece exagerado y seguramente lo sea, pero siempre puedes ir a una isla, más o menos lejana, y darte cuenta de que esto también te puede pasar a ti. Hay auditados en las islas. A ellos va dedicado este cuento.

viernes, 23 de febrero de 2018

Que quiero pagar la cuenta, ¡se lo juro!

A pesar de que algunos hacen lo posible por olvidarlo, los auditores somos humanos, y como tales tenemos que comer. Y dado que hacemos auditorías casi en cualquier lugar del mundo, al final nos vemos obligados a comer en muchos países, y generalmente, en restaurantes, cafeterías, bares y otros establecimientos similares.
Si el hecho de comer en determinados sitios ya puede resultar una aventura, por no estar familiarizados con las especialidades locales, o simplemente por no ser capaces de descifrar la carta en el idioma del lugar, el inevitable acto de pagar la cuenta puede a su vez depararnos algunas sorpresas. Uno siempre piensa que pagar por lo que has comido, por ser algo universal,  es algo que trasciende al país, al idioma, a la cultura, y a todo. Nada más lejos de la realidad. A pesar de que pagar la cuenta es una práctica estándar, existen infinitos procedimientos.

Pagar, al final he pagado en todas partes. Faltaría más. Pero algunas veces me han pasado cosas interesantes.

En Dubai, junto con la comida nos trajeron la cuenta y un sonriente camarero (de la India generalmente) esperó de pie junto a la mesa, pacientemente, hasta que pagamos. Luego se fue, y me quedé con la sensación de que me había tomado por un delincuente en potencia que le iba a hacer un "simpa" a las primeras de cambio. Para completar el trauma, después pedimos el postre, y ocurrió lo mismo. No contentos con ello, al traernos la segunda cuenta, del postre, nos dimos cuenta de que no habíamos pedido los cafés, con lo que al final nos encontramos con tres facturas para la misma comida, algo que tuve que explicar convenientemente al de contabilidad, que pensaba, él también, que yo era un delincuente en potencia que quería colarle más gasto del éticamente permitido.

En Rumanía pagué al final, todo junto, y no me dieron más que un ticket. Como ese gasto corría por mi cuenta y no tenía que justificarlo a la empresa, opté por dejar el ticket allí... Grave incorrección.
Una de las camareras, después de decirme algo que no entendí, una vez que me dí la vuelta para irme, salió literalmente corriendo detrás de mí, y me siguió hasta fuera del local para entregarme el ticket. No entendí muy bien por qué lo había hecho, y el ticket acabó en la papelera de la recepción del hotel, sin mayor remordimiento por mi parte. Espero que en el improbable caso de que aquella muchacha lea esto, y en el más improbable caso de que se acuerde del suceso, no se ofenda. Luego me enteré de que allí rige una curiosa ley, prevista, supongo, para evitar el fraude en la declaración de impuestos: Si el establecimiento no emite una factura (Creo que lo llaman "Bon fiscal"), el cliente tiene derecho a no pagar. Así, casi parece más importante que el cliente se lleve el papelito a que pague, aunque una cosa lleve a la otra. Y te persiguen... vaya si te persiguen... Debe haber mucho delincuente en potencia que denuncia a los establecimientos a pesar de que hayan cumplido correctamente con la ley.



También conseguí que me persiguieran en Estados Unidos. El problema en ese caso es que pagué lo que ponía el ticket, y no dejé propina. Un tipo se me acercó, se presentó como el gerente del establecimiento, y muy educadamente me preguntó si estaba molesto u ofendido por algo, o si no me habían tratado bien. Le dije que no, que la atención había sido correcta y que no tenía quejas. En ese momento me puso cara de confusión, y me preguntó, directamente
- Entonces, ¿por qué no ha dejado propina?
Yo, que no soy de callarme en esos casos, le respondí la verdad.
- Porque la comida, para lo que ha sido, me ha parecido demasiado cara.
Sin cambiar el gesto, el supuesto gerente replicó
- Eso no tiene que ver con la atención. La propina es para la camarera, y si no le da propina, no cobra.
Desconozco si eso era verdad o no, pero el caso es que por no discutir, le dejé una propina que espero que le llegara íntegra a la chica que me atendió (Yo también soy libre de pensar que el otro es un delincuente en potencia que se va a llevar el dinero destinado a la otra persona).

El último caso curioso (de hoy) me ocurrió en Bulgaria. Éramos cuatro personas, y cada cual se iba a pagar lo suyo, así que cuando trajeron la cuenta, sacamos cada uno nuestra tarjeta de crédito. Al ver que pagábamos por separado, el camarero puso cara de fastidio, se fue sin dar explicaciones (que igual no habríamos entendido) y volvió con cuatro tickets de importes iguales, cada uno, al cuarto del total. Cuando le dijimos que cada cual pagaría sólo lo que había consumido, y que por lo tanto no hacían falta cuatro tickets iguales, nos dijo que:
- No se puede. el Jefe sólo me deja dividir la cuenta en partes iguales.
No nos esperábamos eso, así que tras calcular rápidamente lo que cada uno tenía que pagar, acordamos entre nosotros que uno solo pagara todo, y los demás ajustarían cuentas con él después.
- Bueno, le dijimos entre español, inglés y gestos, entonces cóbrate todo de esta tarjeta.
Al hombre se le cayó el alma a los pies. Más o menos nos vino a decir algo así como:
- Si ahora vais a pagar todo junto, tengo que ir a por otro ticket, porque el de antes ya lo he roto.
- Que no, que no pasa nada, que yo me quedo con los cuatro tickets, le dije por acabar el asunto y que no tuviera que ir de nuevo a la caja a hacer el trámite.
- No se puede, el Jefe no permite cobrar más que lo que dice un ticket.
El Jefe en cuestión empezaba a parecerme un tipo cansino.
- Y cobrar los cuatro tickets, uno a uno, con la misma tarjeta, ¿Puedes? ¿O tampoco?
- Eso sí puedo, dijo para mi sorpresa.
- Pues dale. Por fin parecía que habíamos llegado al final de este espinoso asunto.
Pero no. Mi tarjeta no funcionó. Quizás porque estaba en Bulgaria, o porque no había cobertura del datáfono, pero no funcionó, y el pago lo tuvo que hacer otro.
Y de nuevo se me quedó la horrible sensación de que alguno pensaba que yo era un delincuente en potencia que no quería pagar la cuenta.

Ajusté cuentas en Madrid, al volver, y pagué todo lo que debía. Por si alguno todavía estaba pensando  algo de delincuentes en potencia.

martes, 2 de enero de 2018

Paseando en la abandonada Ciudad Amarilla

Estás en Austria, en una de las ciudades dormitorio que hay a unos 25 kilómetros del centro de Viena. Has ido, por supuesto,  para recibir una auditoría al día siguiente. En los hoteles no siempre hay restaurante, pero te lo sabes, porque no es la primera vez que vas. Además, te han dejado solo para cenar y hace bueno, a pesar de ser 1 de Enero. No llueve, no nieva, y la temperatura no es demasiado baja, por lo que te apetece salir a dar un paseo. Como ya vas avisado de que en ese país no se cena demasiado tarde, sales del hotel prontito: sobre las ocho de la tarde. Además, alguno de tus conocidos te ha recomendado no menos de siete sitios perfectamente válidos para cenar, por lo que no puede fallar nada. Estás solo, pero eso no es ninguna novedad. Así conoces gente y puedes incluso practicar el idioma con algún camarero extranjero.

Las distancias no son muy grandes. Se puede ir andando a todas partes, así que comienzas a andar en la dirección en la que se encuentra el primer sitio que te han recomendado, mientras vas mirando el móvil, aislado de tu entorno. Llegas a un semáforo, que está cerrado para peatones y te paras. No viene ningún coche así que pasas. Te sientes culpable. En Europa Central los peatones no cruzan en rojo. Sabes que no es verdad, pero el tópico ha calado tan hondo que piensas que has hecho algo mal.

-"Seguro que ahora viene una vieja y me increpa", piensas. No te ha pasado nunca, pero de nuevo es el tópico.

Pero no te increpa nadie. Nadie se fija en ti. Nadie murmura a tus espaldas. Nadie.

Precisamente, en ese momento te das cuenta: Estás solo. No hay nadie por la calle. Ni un alma. Miras el reloj confundido y son las ocho y cuarto de la noche, nada más. Has estado en ese mismo sitio otras veces, y a esa hora hay mucha gente. Hoy no. Hoy todo es silencio. Sólo se oyen tus pasos.


Además del silencio y de la ausencia de gente en las calles, te llama la atención la luz amarilla. Todo es amarillo a tu alrededor. Todo tendría un aire apergaminado, rancio, enfermo... de no ser porque no te has cruzado con nadie. Ni en la plaza del Ayuntamiento, ni en las calles más comerciales, ni en las zonas con mayor saturación de tráfico. Nadie. Las aceras están vacías, los coches todos aparcados y no has visto ningún vestigio de vida en todo el tiempo que llevas caminando, tu solo, en esa ciudad abandonada. O muerta.


A estas alturas, tienes claro que no cenas. Has pasado por varios restaurantes, todos cerrados. Hasta el chino de aquella esquina esta cerrado.

Y todo está en silencio. ¿Dónde están todos? ¿Dónde han ido? ¿Qué les ha pasado?


Decides volver al hotel. Hay algo desasosegador en el ambiente y es mejor estar a cubierto. Escoges otro camino. Después de las vueltas que has dado, buscas una calle habitada, algún coche circulando. Algo que muestre que el ser humano no se ha extinguido en esa parte del mundo.

Pero nada. Todo está desierto, desolado, y en silencio. En un aplastante silencio. Y la luz sigue siendo amarilla.


Llegas a la entrada del pueblo. A la carretera que siempre está atascada. Y no hay nadie. Ni un coche, ni una bicicleta a la que tan aficionados son en ese lugar. Nada. Aquí tampoco hay vida.


La cena ya es lo de menos. Vuelves al hotel. Pero se te había olvidado de que es uno de esos hoteles familiares de Austria en los que la Recepción no está abierta las 24 horas, porque los dueños también tienen que descansar. Así que no ves a nadie al entrar. Sigue sin oírse un ruido. Finalmente te metes en la cama. No son más que las diez, pero no merece la pena quedarse despierto más tiempo, aunque para tus costumbres sea excesivamente temprano. Mañana será otro día, piensas, aunque siempre queda la duda de si al despertar, las calles seguirán desiertas, en silencio, y bañadas en una terrible luz amarilla.