viernes, 21 de abril de 2017

Gacimartín, sin "R". ¿Tan difícil es?

Hace varias décadas, cuando todavía había "mili" en España, se sorteaba todos los años a qué destino le tocaba ir a los "quintos". Anecdóticamente, a un joven de un pueblo de Segovia (Cobos de Segovia), de nombre Teodoro Gacimartín le tocó hacer su servicio militar en África (creo que en Melilla).
Probablemente, no era el destino que deseaba, y supongo que no estaría demasiado contento con su suerte. Se dio cuenta al poco, no obstante, que le habían inscrito en el sorteo con el apellido mal. Habían puesto una "r" allí donde no debía haber ninguna. Sin esa "r", le habría tocado como destino Madrid, mucho más apetecible.
Recurrió, le dieron la razón, y acabó en Madrid, como era de justicia.
Gracias a eso, la hermana de este joven fue a Madrid. Allí conoció a otro joven, que con el tiempo sería su marido, y tuvieron dos hijos, de los cuales uno se dedica a hacer auditorías.

No es muy difícil imaginar que ese hijo auditor soy yo mismo; aquel joven que casi se va a África por un error es mi tío y su hermana, mi madre.
De no haberse subsanado el error, de haber persistido el fallo ortográfico, de no haber protestado porque "Gacimartín" se escribe sin "r", yo no estaría aquí.

Una sola letra puede cambiar la historia.

Cuando haces auditorías, te presentan a mucha gente. Varias personas en cada una de ellas. Y aún hoy, en la era del whatsapp, el correo electrónico, y la comunicación cuasi permanente entre seres humanos, muchas de ellas te dan una tarjeta de visita.
A mí, personalmente, me gustan las tarjetas de visita. No llego a la veneración casi mística que se hace en países del este, como China, en los que una tarjeta de visita es poco menos que un pedazo de tu alma que entregas a tu interlocutor, y como tal se aprecia y se respeta, pero sí que trato de leer la información que aparece (habitualmente nombre y cargo de la persona).
En particular, me suelo interesar por la ortografía y la pronunciación del nombre, cuando éste me es desconocido, o proviene de un país del que no hablo el idioma. Eso me hace sentirme más cómodo a mí, y creo que también a mis interlocutores, además de aportar rigor a los informes finales. 

Particularmente, me parece una gran vergüenza que un auditor no sea capaz de escribir correctamente el nombre de un auditado con el que ha compartido varias horas de trabajo, y que además le ha dado su tarjeta. De hecho, en general, me parece muy poco profesional no poner cuidado en cómo se escribe el nombre de las personas, máxime cuando se hace en un documento que luego se utiliza como registro, como puede ser un informe de auditoría.

Mi Gacimartín se escribe sin "r". Otros (me consta que los hay), la llevan. Pero el mío no.

Y sí. Le doy mucha importancia a que mi apellido esté bien escrito. Mi propia existencia dependió de que lo estuviera una vez.

lunes, 10 de abril de 2017

Ande yo caliente... y fastídiese el peatón.

Uno de los dogmas indiscutibles de la Calidad es que los Procedimientos hay que cumplirlos. Sin embargo, cuando sales a la calle, ves que eso no siempre es así. Quizás por deformación profesional, quizás por la educación recibida de los padres, siempre tiendo a pensar que las reglas hay que cumplirlas, y que tal vez aquellos que no lo hacen es porque son muy perversos.

El año pasado, en mi barrio quitaron un carril de circulación de coches en las avenidas principales, y lo convirtieron en carril-bici. Todo sea por la sostenibilidad medioambiental, la disminución de las emisiones contaminantes y del ruido, y, por qué no, para poder presumir de que la ciudad tiene X kilómetros de carril bici. 

La semana pasada volvía andando del metro, por la acera. Un camino muy sostenible, ecológico, y con cero emisiones y ruido. Lo fetén, según la moda imperante. A mis espaldas oigo un "clin-clin", muy posiblemente emitido por el timbre de una bicicleta. Me extrañó, porque yo iba por la acera, y el carril bici estaba a cincuenta centímetros a mi derecha, en la calzada, pero ni siquiera giré la cabeza, básicamente porque no tenía ninguna intención de apartarme... Volví a oir el timbre dos o tres veces más, hasta que llegué a un semáforo en el que me tuve que parar. Allí la acera se ensanchó lo justo para que la ciclista impaciente pudiera adelantarme, y saltarse el semáforo, que estaba en rojo para los peatones que fueran por la acera. Al pasar a mi lado, me dirigió un 
- "gracias" 
lleno de ironía y mala baba.
No pude contenerme y le grité, probablemente con la misma mala baba, pero sin ninguna ironía.
- ¡¡Vete por el carril bici, y así no te molesta nadie que vaya andando por la acera!!
Para mi sorpresa, la ciclista se paró al otro lado de la carretera, y se esperó a que yo pasara.
- ¿Qué carril bici? - me ladró.
- Coño... este... - Le dije (con bastante desconcierto, todo hay que decirlo), señalándole la carretera, a medio metro de donde estábamos parados.
- Ah, es que ese no me gusta, porque pasan coches al lado - Concluyó, mientras se volvía a subir a la bici, para dar por zanjada ese breve intercambio de opiniones.
- Pues vete andando... le dije sin mucho interés mientras todavía me podía oir.



De nada sirve hacer kilómetros de carril bici, si a los que los tienen que usar no les gustan, y van por la acera de los peatones. De nada sirve poner reglas de circulación, si luego no se respetan, y ampliando el símil, de nada sirve procedimentar un sistema de Calidad, si luego los procedimientos no se cumplen, por los motivos que sean. Así pues, a veces los procedimientos no cumplen con las expectativas de los que los tienen que cumplir. 

Al menos, queda demostrado que el incumplimiento de los procedimientos, y de las reglas en general, no es exclusiva de los "muy perversos". No. Es sólo un tema de comodidad, de que "me gusten o no". En definitiva, un tema de educación.

Ahora estoy más tranquilo. Hay menos perversos, y más tocapelotas irrespetuosos.
Algo hemos ganado.