miércoles, 16 de septiembre de 2020

Por qué los auditores vivimos más y mejor que otras personas

 Algunas cualidades se les suponen a algunas personas: A los jueces, por ejemplo, la imparcialidad y a los militares, el valor. Y a los auditores... ¿Qué se les supone a los auditores? Pues, por supuesto, el respeto de las normas y las buenas prácticas. Así, un auditor digno de llamarse tal, seguirá todas las sabias recomendaciones que harán su vida larga, saludable y feliz.

Definitivamente, parece mucho mejor ser auditor que juez, o militar, pues mientras que a los jueces les podrá el estrés de tomar una decisión que no dejará contentos a todos, y a los militares su valor les hará poner la vida en peligro, porque la misión lo exige, los auditores vivirán de acuerdo con las mejores prácticas diseñadas y explicadas por los mejores médicos, psicólogos, nutricionistas, fisioterapeutas y periodistas del corazón.

Lo primero que tenemos que hacer para comprender esa realidad es tener en mente un número. Concretamente, el producto de la quinta potencia de dos por el cuadrado de tres y por cinco. Esa sencilla operación nos da como resultado el número mil cuatrocientos cuarenta, que a pesar de ser menos conocido que el número pi, es infinitamente más importante, puesto que rige nuestra vida desde que nacemos hasta que volvemos al polvo. Mil cuatrocientos cuarenta son los minutos que vivimos cada día. Ni uno más, ni uno menos. Entonces, ¿Cómo debemos vivir esos minutos? Un auditor lo tendrá claro: Siguiendo las normas y poniendo en ejercicio las Buenas Prácticas, obviamente. Porque ¿Qué es la vida sino el proceso personal de utilización del tiempo?

Veamos una por una las buenas prácticas a las que me refiero:

Empecemos por el principio. Nada mejor que un sueño reparador para afrontar el día con energías suficientes. Se dice que se debe dormir entre siete y ocho horas todos los días, y teniendo en cuenta que la vida del auditor es muy esforzada, en nuestro caso consideraremos como válido el dato de ocho horas de descanso. Eso son cuatrocientos ochenta minutos, muy bien invertidos. Luego, es sabido que durante el sueño la respiración se hace más lenta y profunda, y el corazón late más despacio, por lo que para ayudar a restablecer el tono muscular y la circulación sanguínea, una buena práctica es hacer unos minutos de estiramientos y ejercicio de baja intensidad. Eso suma quince minutos más.

Una vez perfectamente despiertos y con los músculos a punto, hay que cuidar la higiene personal. Una ducha es obligatoria, que con las buenas prácticas que consisten en los cuidados de la cara, y el secado del pelo para no coger frío, y de los pies, para no coger hongos, nos debería consumir, si lo hemos hecho bien, al menos treinta minutos.

Descansados y limpios, el siguiente paso es el desayuno. La comida más importante del día, según los nutricionistas más afamados. Por lo tanto, nada de un café y ya. Hay que hacer un desayuno equilibrado, que nos permita aguantar hasta la hora del almuerzo. Porque, no lo olvidemos, la recomendación inequívoca es que hay que comer cinco veces al día. Así se engorda menos, y se vive más tiempo. En resumidas cuentas, un buen desayuno puede incluir, por ejemplo, un café, una tostada con aceite, una pieza de fruta, cereales, quizás un huevo, y algo de proteínas. Más o menos lo que dicen que comen los ingleses, pero con fruta. Y todo eso, comiéndolo sentado y masticando hasta veinte veces cada bocado, para que nuestro estómago no segregue tantos ácidos que nos pueden complicar la salud. Todo eso puede consumir, asumiendo que no estamos de auditoria en un hotel, sino que tenemos que prepararlo nosotros, al menos media hora, o lo que es lo mismo, treinta minutos.

Una ve terminado el desayuno, la buena educación dicta que hay que recoger la vajilla y cubiertos que se hayan manchado, y bien lavarlos o meterlos en el lavavajillas para que la máquina haga nuestro trabajo. En cualquier caso, dejarlo todo desordenado es algo incorrecto, que se supone que un buen auditor no debería hacer nunca. A eso se dedican cinco minutos. Y cinco minutos más para un lavado de dientes, que siguiendo las recomendaciones de los dentistas que salen en la tele, debe incluir al menos dos minutos de cepillado, seda dental y enjuague bucal.

Por fin, estamos listos para ir al trabajo, pero lo encararemos con alegría, pues hemos hecho todo como se debe. El tiempo invertido en ir al trabajo varía de una persona a otra. Pondremos aquí un valor aproximado de treinta minutos para llegar. Durante el trayecto, es una buena práctica leer algún libro de algún autor clásico, si se utiliza el transporte público, o escuchar música si se utiliza el vehículo propio. Eso, según los especialistas, estimula el cerebro, que siempre es bueno.

El trabajo debe durar ocho horas, no porque sea una buena práctica, sino porque es la legislación vigente, y los auditores, lógicamente, tenemos que respetarla. Conviene, no obstante, no hacer las ocho horas seguidas, más que nada porque hay que comer entre medias. Aquí no tenemos en cuenta el bocadillo de las 11 de la mañana, porque ese tiempo suele estar considerado dentro de las horas de trabajo. No así la comida de mediodía, que esa va aparte y la debemos considerar por separado. En esa comida, que conviene que se haga sentado, con calma, y como se dijo antes, masticando hasta veinte veces cada bocado, debe ir seguida de un período de descanso. No me refiero a una siesta propiamente dicha, que aunque deseable no es factible, pero sí a unos minutos de "no hacer nada", para facilitar la digestión. Eso, unido al hecho de que normalmente hay que ir a algún sitio a comer, y volver de él, nos consumirá una hora. Después de comer, el lavado de dientes según las recomendaciones nos debería tomar otros cinco minutos.

Al final de la jornada laboral, en la que el auditor habrá auditado, que para eso está, hay que volver a casa, para lo que, si a la ida dijimos que se necesitaban treinta minutos, a la vuelta haremos la misma estimación.

Llegados a casa, lo primero que debemos hacer es la cuarta comida de las cinco recomendadas. No hay que olvidar la pieza de fruta (o las dos piezas, en el caso de que no se haya tomado ninguna a las 11 de la mañana) y aquello de masticar veinte veces. Después de merendar, la higiene bucal vuelve a ser necesaria, porque un auditor con los dientes cariados o directamente sin dientes, es menos creíble. En preparar la merienda se nos van otros quince minutos, más cinco del cepillado dental.

A esas horas, ya no hace tanto calor, y se hace necesario un poco de deporte, para mantener el corazón en forma después de tantas horas de trabajo. Como tampoco necesitamos que el auditor sea un deportista de élite, con cincuenta minutos de deporte bastaría. Vale cualquier práctica deportiva que nos guste. En eso, los entrenadores personales y otros expertos en general dan libertad, siempre que la carga física esté adaptada a las capacidades de cada cual.

Y tras el deporte, obviamente, hay que ducharse. No existe ningún motivo para que esta ducha sea menos cuidadosa que la de la mañana, aunque si no hay que volver a salir de casa, nos podemos ahorrar algunos cuidados faciales. Con veinticinco minutos debería ser suficiente.

Estamos llegando ya al final del día, y no podemos dejar de cumplir aquellas recomendaciones que son buenas para nosotros. Está más o menos demostrado que unos minutos de meditación, de introspección, son necesarios para alcanzar un estado de equilibrio con el universo. Es buena práctica pues, que el auditor dedique al menos media hora cada día al mindfulness, o a cualquier otro método de meditación que sea de su agrado, y le proporcione bienestar espiritual.

Hasta ahora, hemos seguido las reglas y recomendaciones que nos hacen crecer como individuos, pero no podemos olvidar que vivimos en sociedad, y que estamos rodeados de otros individuos a los que les ocurren cosas, y que viven en paralelo a nosotros. Qué menos que dedicar una hora a conocer qué pasa por el mundo. Dicen los sociólogos, que para poder formarse una opinión fundamentada de las cosas no hay que beber de una sola fuente, sino de muchas. Por ello, el auditor debe leer todos los días tres o cuatro periódicos diferentes para poder luego discernir entre el sesgo que inevitablemente tiene cada medio de comunicación. Eso engrandece el espíritu, además de permitir hablar de la actualidad con los compañeros del trabajo, fomentando así las relaciones sociales, tan necesarias en nuestro mundo actual.

Y ya, por último, sólo queda la quinta y última comida del día. La cena. Y de nuevo siguiendo las recomendaciones de los nutricionistas, conviene que no sea demasiado pesada. Entre la preparación, las veinte veces que hay que masticar cada bocado y la recogida de los platos sucios, se nos va a ir una hora, y como hay que lavarse bien la boca después de comer, se nos van otros cinco minutos.

Llegados a este punto, conviene no tirar por tierra todo el esfuerzo realizado hasta ahora en cumplir las buenas prácticas, y es muy malo para el organismo irse a dormir con el estómago lleno, nada más cenar. Se recomienda esperar al menos media hora antes de irse a la cama. En ese tiempo, no se recomienda ver pantallas, porque quitan el sueño, pero sí leer un libro. Es el momento de terminar ese clásico que teníamos a medias cuando íbamos y volvíamos al trabajo, o hacer cualquier otra actividad relajante que no moleste a los vecinos.

Y con eso, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que hemos tenido un día perfecto, en el que hemos seguido todas las recomendaciones, y hemos cumplido con todas las buenas prácticas que harán que tengamos una vida larga y feliz. 

Y además, hemos dado ejemplo, que para eso somos auditores.