martes, 26 de noviembre de 2019

Visto para sentencia

A sus casi 60 años, el Honorable McIntyre estaba más que acostumbrado a lidiar con todo tipo de problemas empresariales. Por la Sala del Juzgado que presidía habían pasado, a lo largo de las últimas tres décadas innumerables casos. Tantos, que ya no se sorprendía por casi nada. El proceso era siempre el mismo: la acusación exponía la situación, y pedía penas desproporcionadas para los que consideraba culpables, la defensa daba razones que consideraba buenas y pedía la total absolución de los acusados. McIntyre los escuchaba a todos, pero sin mucha atención, porque todos los casos eran parecidos. Luego, tiraba de su portentosa memoria para dictar sentencias que cuadraran con la jurisprudencia conocida, aunque generalmente no satisfacían a ninguna de las partes. Y ya estaba. A otro caso.

Aquel viernes no era diferente. Una empresa había perdido a un cliente debido a la venta de un lote de productos defectuoso y se acusaba al Director de Planta y al Jefe de Fabricación de negligencia. Si se les declaraba culpables, estarían despedidos. McIntyre no tenía ni idea de qué productos eran esos y tampoco había oído hablar de la empresa en cuestión, pero en ese momento esas eran sus mínimas preocupaciones. Lo único que quería era terminar la sesión y largarse a su cabaña al lado del lago para pescar durante todo el fin de semana.

-¡En pie! - gritó un ordenanza de mandíbula cuadrada - ¡Entra en la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

Los acusados, los correspondientes abogados y una decena de asistentes ansiosos de morbo se levantaron al ver entrar al juez y se sentaron una vez que éste lo hizo.

- Se abre la sesión - dijo McIntyre con desgana - Por favor, que hable el letrado de la acusación.
- Con la venia, Señoría - El abogado de la acusación, un tipo alto y repeinado, comenzó a hablar con la seguridad de quien cree tener la razón absoluta - quiero exponer un caso que nos parece constitutivo de grave negligencia con resultado de defectos irreparables en los productos de la empresa, que han llevado a importantes pérdidas económicas y de imagen reputacional.

A McIntyre le cansaba ese lenguaje ampuloso propio de su profesión, pero estaba de acuerdo en que si el abogado hubiera dicho "Los acusados son una panda de vagos y nos han hecho perder un montón de pasta porque lo que han fabricado es una porquería" el público en general acabaría perdiendo el respeto a la Justicia.

- Prosiga, por favor. Sea breve y conciso, que no tenemos todo el día - Respondió el juez.
- Bien - continuó el abogado - El caso es que se ha puesto a la venta un lote de productos defectuosos. El cliente, uno de los mejores clientes de la empresa por cierto, lo ha devuelto y ha cancelado el contrato. El resultado es de unas pérdidas millonarias. Esto se ha producido por una grave negligencia de los acusados: El Director de Planta y el Jefe de Fabricación. No pueden seguir trabajando aquí, y esta acusación pide el despido inmediato.
- ¿Tiene la acusación pruebas? - inquirió el juez, con absoluto aburrimiento
- ¡Por supuesto! - contestó triunfante el abogado - Unas semanas antes del hecho, se llevó a cabo una auditoría interna. El auditor detectó graves fallos en los procesos y los plasmó en su informe - 
El abogado esgrimió con una amplia sonrisa un par de papeles y calándose unas gafas de pasta comenzó a leer: - "Se evidencia que los procesos de trabajo no están definidos en ningún procedimiento o documento similar. Adicionalmente, se evidencia la ausencia de algunas herramientas requeridas para la fabricación, y los planos utilizados están en un estado de revisión obsoleto."
- ¿Qué tiene que decir la defensa al respecto? - preguntó McIntyre no mucho más interesado que antes.
- Con la venia. - El abogado defensor era la antítesis de su colega de la otra parte. Era un tipo pequeñito, con ojillos maliciosos que se movían de un lado para otro detrás de unas finas gafas doradas. - Si bien es cierto que la auditoría interna detectó eso, ya se respondió a esa auditoría enviando unos comunicados internos al personal implicado. Todos dijeron que lo habían leído y entendido, por lo que dimos por cerrada esa cuestión. Pido la absolución de mis defendidos, porque ya tomaron acción respecto a los problemas detectados en esa supuesta auditoría interna. Si no tienen más pruebas que esa, como ven, es bastante endeble.

Tras decir esto, el abogado de la defensa volvió a su sitio. Uno de los acusados le pasó una pequeña nota doblada mientras le miraba a los ojos con un asentimiento. El abogado la leyó, e inmediatamente se puso en pie.

- Con permiso, Señoría, debo añadir que anteriormente se hicieron otras auditorías, y nunca se dijo nada de que los procesos de fabricación estuvieran mal, o que las herramientas o los manuales tuvieran algún problema.
- ¿Otras auditorías, dice? -Preguntó el juez levantando levemente una ceja - ¿Puede por favor ser más explícito?
- Sí - continuó el abogado defensor - hace un año nos visitó un cliente y su auditoría salió perfecta, sin observaciones. Y estuvo toda la mañana mirándolo todo. Y aún más, otro cliente diferente nos pidió copia de nuestros registros de fabricación y no objetó nada a lo que le dimos...
- ¿Algo que alegar por parte de la acusación? - interrumpió McIntyre, que veía que el caso se podía alargar más de lo que él juzgaba necesario.
- Bueno, las auditorías no lo detectan todo. Depende de la profundidad con que se hagan, y del conocimiento del auditor. Pero cuando se consiguen evidencias de un hecho, éste queda probado. Es una obviedad... - dijo con aplomo el letrado de la acusación - Además, los acusados ya conocían el problema. Hay un acta de reunión en la que se demuestra que estaban al corriente, además de que esto mismo ha sido dicho por otros empleados.

Un murmullo recorrió la sala. Los acusados se miraron con preocupación, y le pasaron una nota a su abogado. Éste se levantó como un resorte:

- Permítame que puntualice, Señoría, en que lo que ha detectado esa auditoría son problemas menores, y hacen perder mucho tiempo en resolverlos, cuando en realidad deberían dedicar tiempo y esfuerzo en resolver los problemas importantes, que son los que ponen en riesgo la continuidad de nuestros clientes.
- Y esos problemas importantes... ¿Los conocen? - preguntó el juez, esta vez sí, con cierto interés.
- Por supuesto, tienen que ver con todos los medios de fabricación: los planos, las herramientas, el personal, etc. Todo eso lo conocen, pero si pierden el tiempo respondiendo a las auditorías internas, no lo pueden resolver - dijo el abogado, erigiéndose en portavoz de la empresa.
- El caso entonces queda visto para sentencia - anunció McIntyre mirando su reloj con una cierta sombra de preocupación en su mirada.
-¡En pie! - gritó otra vez el mismo ordenanza de mandíbula cuadrada que había permanecido de pie todo el tiempo sin que nadie reparara en él - ¡Sale de la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

El juez salió unos minutos de la sala, no tanto porque necesitara meditar su sentencia, sino porque pensaba que esa breve pausa daba al juicio un dramatismo necesario. Por esa misma razón le pedía al ordenanza que gritara cada vez que entraba o salía.

-¡En pie! - gritó por tercera vez el ordenanza - ¡Entra en la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!
- En vista de los hechos probados - dijo McIntyre sin esperar a que los asistentes terminaran de sentarse - declaro a los acusados .... - Hizo una estudiada pausa que no necesitaba, con la excusa de beber un trago de una botella de plástico - ... Inocentes de los cargos de los que se les acusa.

Los asistentes comenzaron a mostrar su sorpresa y a murmurar entre ellos mientras los dos acusados sonreían abiertamente.

- ¡¡Silencio en la Sala!! - gritó McIntyre golpeando con su martillo - Como he dicho, los acusados quedan absueltos de toda culpa, pero vistas las evidencias aportadas por los dos letrados, declaro al auditor interno culpable de crear un alarmismo innecesario al haber escrito en su informe de auditoría cosas que ya eran conocidas. También lo declaro culpable de hacer perder el tiempo a los dos encausados, ahora absueltos, para tener que responder cosas que ya conocían. Y por último, declaro al auditor incompetente  para volver a realizar auditorías, por lo que tendrá que pasar por tres sesiones de formación, impartidas por los acusados, ahora absueltos, para que le enseñen cómo se deben hacer auditorías y qué se debe poner en los informes. ¡¡Caso cerrado!!
-¡En pie! - gritó por última vez el ordenanza - ¡Sale de la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

Los acusados, ahora absueltos, se fundieron en un abrazo, mientras el auditor, que había asistido como oyente, se acercó al abogado de la acusación con cara de angustia.

- ¿ y ahora, qué pasa conmigo? - le preguntó con un hilo de voz
- No sé - dijo el letrado con tranquilidad - supongo que te dirán lo que tienes que escribir la próxima vez para que esto no vuelva a suceder, y te harán invitar a café, por las molestias del juicio. Si vuelves a hacerlo mal, te despedirán.

Y mientras esto sucedía en la Sala, fuera de ella McIntyre estaba ya pensando en su fin de semana de pesca.



jueves, 26 de septiembre de 2019

Matar al auditor

Ser auditor es algo importante. Viene el auditor y te echas a temblar. Algo así como si el ojo que todo lo ve se abriera sobre ti para escrutar hasta el último secreto de tu alma. Sientes como si tus secretos más oscuros fueran a ser revelados y hechos públicos. Porque el auditor no sólo lo ve todo, sino que lo sabe todo, y lo comprende todo. A la primera y sin esfuerzo. Es imposible engañar al auditor.

Pero claro, todos tenemos algo que ocultar, y el hecho de que aparezca un auditor omnisciente puede romper reputaciones, eclipsar famas y hacer caer orgullos personales, y eso no puede ser. Algo hay que hacer, y se presentan únicamente dos opciones: Matar al auditor o tratar de comprarlo.

Lo primero supone un gran problema logístico. Quizás matar al auditor puede resultar fácil. Hay muchas maneras de matar a alguien que no se espera que lo vayan a mandar al otro barrio. No. El problema está en deshacerse del cuerpo porque por un lado no todo el mundo está dispuesto a llevar al fiambre a un lugar apartado e inaccesible, y por otro, a nadie le gusta tener un cadáver en la oficina. Se considera antihigiénico y con el tiempo genera malos olores. Además, es de suponer que en algún sitio ha quedado registrado que ese dia te iba a auditar precisamente a ti, y por lo tanto, si desaparece al ir a auditarte a ti, pasas a ser el primer sospechoso para la policía... Definitivamente, cargarse al auditor no es una opción, y por lo tanto hay que optar por la segunda medida: Comprarlo.

Todo el mundo tiene un precio. Lo dicen los mafiosos de las películas, y el cine nunca miente. Así que lo primero es saber el precio de tu auditor. Difícil asunto ese cuando no conoces lo suficiente a la persona. Además, ¿cómo lo haces? Queda feo llegar y decir de improviso:

- "Buenos días, ¿Qué quiere usted que le dé para que la auditoría salga bien?"

Conocer a una persona en los cinco minutos que dura una presentación formal de una auditoría requiere mucha práctica, sobre todo si pretendes que no se te note. Hay que saber si al auditor en cuestión le gusta comer en sitios caros, vestir ropa de marca, ir al fútbol, beber alcohol desmesuradamente o frecuentar compañías que su familia quizás no hubiera aprobado, y todo eso, sin preguntar directamente. Luego, con la información obtenida, hay que obrar sabiamente para introducir la "oferta" sin que le parezca al auditor que intentas sobornarlo utilizando el hilo de una conversación normal para obtener la información necesaria.

Se trata de esperar el momento, y siempre se llega al momento en el que el auditor pregunta por el estado de la formación del personal:

- "Bien, entonces, vamos a ver cómo está la formación del personal.
- La formación está perfectamente - se apresura a contestar el auditado - ¿Qué quiere ver?
- Empezaremos con el Plan de Formación. ¿Me lo puede enseñar, por favor?
- ¡Claro! pero hablando de planes, ¿Qué plan tiene para comer durante la auditoría? - aprovecha  para deslizar sutilmente el auditado
- Me vale cualquier cosa. También podemos no comer y terminar antes" - responde por sorpresa el auditor

Llegados a este punto, la situación se tambalea y al auditado le tiemblan las canillas. Si el auditor no come, si sigue hasta el final, no habrá manera de apartarlo de la oficina.

- "Sí, claro, podemos hacer eso, pero si se alarga la auditoría igual pasamos mucha hambre. Yo creo que podríamos comer algo rápido - Se rehace y prosigue, como si nada, aunque con un cierto tono de angustia en la voz - conozco un sitio aquí al lado donde se puede comer rápido y por buen precio."

Ahí está el quid de la cuestión. "Rápido y por buen precio". Dos argumentos que convencerán a cualquier auditor: Rápido para poder seguir y terminar el trabajo, y a buen precio, innecesario porque lo va a pagar el cliente siempre, pero muy útil para tranquilizar la conciencia que todos tenemos de no despilfarrar el dinero.

- "Estoy de acuerdo - dice el auditor mordiendo el anzuelo.
- Pues vamos cuando quieras" - dice aliviado el auditado, pasando al tuteo de forma inconsciente.

Y ahí se pone en marcha toda la escenografía previamente preparada. El trayecto en coche dura media hora para llegar a ese sitio "que está aquí al lado", y que resulta ser un pedazo de restaurante de los que tiene un patio interior decorado con una fuente ornamental que suelta un chorro de agua a quince metros de altura sobre la estatua de un caballito de mar mientras un cuarteto de cuerda ameniza la comida con sinfonías clásicas.

El auditor probablemente va a decir algo así como que no parece un sitio en el que "se coma rápido", y mucho menos "a buen precio", pero el lugar tiene muy buen aspecto, y a nadie le amarga el dulce de comer en un lugar al que sólo iría para celebrar la boda de otro, así que se calla y comienza a aceptar que se la han colado, y que va a tener serias dificultades en terminar la auditoría. No queda otra que disfrutar de la comida, el buen vino y la música del cuarteto de cuerda.

Tras una hora y media de comida y dos más de sobremesa, es el momento de volver a la oficina.

- Se nos ha hecho algo tarde - dice el auditado con una cara que disimula mal la sonrisa - ¿te falta mucho para terminar?
- No mucho. Ver un par de cosas y ya está. Terminamos rápidamente" - responde el auditor con cierta contrariedad.

Y así es. Tres preguntas más sobre los típicos temas de formación, registros documentales y auditorías internas, y se da por concluido el día, a falta de la reunión final, a la que asistirá el Director General.

- ¿qué tal la auditoría? - pregunta el Director General, mientras mira a su empleado
- Pues ahora lo sabremos - dice éste, señalando al auditor, que ya está preparado para la reunión.
- ¿Y qué tal te ha tratado mi gente? ¿Habéis podido comer algo?- pregunta ahora mirando al auditor.
- ¡Oh sí!, hemos ido a un sitio que estaba muy bien aquí al lado - responde el auditor marcando con cierto énfasis las tres últimas palabras.
- Vaya, me alegro. Pero ahora vamos a ver los resultados, que estaréis todos cansados - dice el Director General con cierto tono paternal.
- Muy bien -comienza el auditor - ante todo, gracias por vuestro tiempo. Ha sido una auditoría muy productiva en la que no se han visto cosas muy graves. Únicamente reseñables tres No Conformidades leves, tres observaciones, cuatro oportunidades de mejora y dos comentarios.

El Director General mira sorprendido al auditado que comprende que al día siguiente va a tener que dar unas pocas explicaciones. En particular, cuando le pidan justificar aquella frase de "no te preocupes, le llevo a comer al sitio ese bueno, y se ablanda y no me pone nada". El auditado está sumido en sus pensamientos pero de entre todos ellos, uno tiene más fuerza que los demás:

"La próxima vez, mato al auditor".

lunes, 29 de julio de 2019

La revelación

Mariano era un tipo optimista. Casi siempre se le veía con una sonrisa en los labios, y siempre tenía palabras amables para todas las personas con las que se cruzaba, las conociera o no. Tenía un trabajo que le gustaba y que le permitía ganar el suficiente dinero para vivir sin agobios y permitirse, cuando la ocasión lo requería, algún capricho. Su vida familiar era igual de tranquila: su esposa era tan encantadora como él, y los dos hijos de la pareja estaban acabando sus carreras universitarias con buenos resultados. En definitiva, a Mariano todo le iba bien y los que le conocían decían que irradiaba felicidad... incluso hasta el punto de dar un poco de envidia.
En los últimos días, sin embargo, se le veía paseando por la calle mirando al suelo, ensimismado en sus pensamientos. Hasta tal punto no miraba de frente, que en ocasiones se cruzaba con alguien y no le saludaba con su habitual sonrisa y su inconfundible y energético

- "¡Hola Fulano!, ¿cómo estás?"

Empezó a cundir la preocupación entre sus vecinos que veían a Mariano deambular por el barrio solo, cabizbajo, pensativo, y con cara triste. Era evidente que algo no iba bien, pero en las pocas conversaciones que mantenía, siempre que alguien le preguntaba cómo iba todo, Mariano respondía con un lacónico y desganado "todo bien". Estaba claro que mentía, pero nadie había podido sacarle ninguna información más. Todos habían intentado saber qué le pasaba a Mariano. Todos: El frutero, el vendedor de periódicos, la panadera... incluso el cura y la portera habían empleado sus habilidades  sin éxito. Siempre recibían la misma respuesta: "todo bien". 

Algo terrible debía de estar pasándole al pobre Mariano, que no decía nada, hasta que un día fue al bar y pidió un whisky con hielo. José Luis, el camarero, se alarmó, porque Mariano no era bebedor habitual, y nunca antes había pedido Whisky. Por lo menos, no en ese bar. Se lo sirvió con cautela.

- " Hola Mariano, ¿qué tal, como estás? - preguntó educadamente.
- Todo bien - respondió el atormentado Mariano sin levantar la mirada de la barra
- Vaya, me alegro - continuó el camarero con poca convicción - ¿Lucía, los niños, todo en orden?
- Todo bien - fue lo único que dijo Mariano, aún con la mirada fija en algún punto invisible, cercano a sus pies.
- Pues mira, Mariano - dijo José Luis con firmeza, armándose de valor y dispuesto a saber la verdad de una vez por todas - No te creo. Creo que algo no va bien, y me preocupa. Cuéntamelo, hombre, a ver si te puedo ayudar, que nos conocemos desde hace muchos años, y he visto crecer a tus chavales, que han jugado con los míos desde siempre. ¿Pasa algo con Lucía?
 - No, todo bien - dijo tristemente.
- ¿Con los niños entonces?" - insistió José Luis, que no se daba por vencido con las evasivas de su cliente y amigo.

Ante esta última pregunta, Mariano levantó los ojos. Los tenía rojos, como si estuviera intentando contener las lágrimas.

- "Si insistes... - dijo en un suspiro - Es el mayor. Sabes que acaba los estudios ahora en verano.
- ¿Tiene algún problema de salud? - preguntó con cierta preocupación el camarero
- No, eso, gracias a Dios está bien. No. Se trata de los estudios, y del trabajo que quiere - confesó al fin Mariano.
- Pero los estudios le van bien ¿no? No tendrá problema en encontrar un buen trabajo en poco tiempo - interrumpió José Luis.
- Pues ese es el problema - dijo Mariano con una sombra de dolor en la mirada - Me dice que quiere un trabajo que sirva para algo, para orientar a los demás en lo que hacen, para que la gente entienda las cosas que hacen mal, y que encuentren el camino correcto. Para que dediquen su esfuerzo a las cosas que realmente son útiles en lugar de perder el tiempo, de forma que trabajen menos y con mejores resultados... - En ese momento se le quebró la voz, tomó un trago del whisky, y tras poner la mueca de aquél que no está acostumbrado a las bebidas fuertes, continuó - Me dice que quiere poder ver las cosas desde arriba, con independencia, y ser capaz de ayudar a los demás a decidir qué es bueno y qué es malo.
- ¡¡¡No fastidies, Mariano, que después de tantos años de estudios, tu hijo se quiere meter a cura!!! - Cortó José Luis que  no sabía si sentir alivio o preocupación ante semejante revelación del atormentado Mariano.
- No, José Luis... sí fuera eso... No - y Mariano miró directamente a los ojos a su amigo. Una lágrima rodaba por su mejilla - No - repitió - El niño quiere ser auditor.

jueves, 30 de mayo de 2019

Qué, ¿de viaje, verdad?

Por algún oscuro motivo, todo ser humano que ve a un conocido arrastrando una maleta, sea ésta del tamaño que sea, siente el irrefrenable impulso de preguntar algo así como: "¿Qué, de viaje, verdad?".
Esa pregunta se podría responder con un monosílabo, y ahí se acabaría el problema, pero queda feo, y por no ofender, muchas veces se inicia una conversación no necesariamente deseada.

Yo caí en esa trampa hace algunos días, cuando volvía a casa tras unas auditorías.

- "¿Qué, de viaje, verdad? - me pregunta un vecino al que no veía desde hacía tiempo, al verme llegar con mi maleta.
- - respondí, sin más.
En unas décimas de segundo pensé que quizás había sido un poco brusco y que debía añadir algo más porque al fin y al cabo, me había preguntado cordialmente, así que tras esa incómoda pausa en la que seguro que el buen hombre tuvo la duda de si yo era un tipo desagradable o no, continué.
- Vuelvo. He estado tres días fuera.
 Me sentí satisfecho con mi respuesta. Era más que una simple afirmación y daba algo de información, pero no revelaba ningún tipo de secreto importante. Pensé que con eso daba por concluida la conversación. Craso error.
- Ah, bien. - dijo - ¿y has ido muy lejos? - volvió a preguntar.
En ese momento, había dos respuestas posibles:
"A ti que te importa" (pudiendo meter cualquier grosería entre el "qué" y el "te") o decir amistosamente la verdad.
Opté por la segunda.
- He estado en Viena y en Budapest - respondí-
- ¡Qué bonitos sitios! - exclamó - ¿de vacaciones?
 Reconozco que la pregunta me cogió por sorpresa. Yo consideraba que siendo un día laborable en mitad de abril, viendo cómo iba vestido y teniendo en cuenta el tipo de maleta que llevaba, era evidente para cualquiera que tuviera dos ojos en la cara que no había estado de vacaciones, pero como la experiencia me ha demostrado que lo que es evidente para mí puede no serlo para los demás, de nuevo me guardé la ácida respuesta que se me venía a la boca, para decir simplemente:
- No, por trabajo. 
- Ah, vaya. no es lo mismo, pero algo habrás visto, ¿no?
Me empezaba a incomodar tanto interés. Mis padres siempre me habían enseñado que no se habla con desconocidos, y aunque este era un vecino, no lo conocía lo suficiente como para considerarlo un amigo.
- Pues no, la verdad. No he tenido tiempo.
Con esto, pensé que quedaba zanjado el asunto, pero de nuevo me equivocaba.
- ¡Oh, no es posible. Deberías! con lo bonitas que son Praga y Budapest - se lamentó
De dónde había sacado Praga el muchacho, no lo sé. Esto cada vez se parecía más a un diálogo de besugos. No iba a decir nada más. Además., ese "deberías" me había sentado mal. Ya me hubiera gustado a mí, ¡no te fastidia!
- ¿Y a qué te dedicas? - continuó - Si me permites que te pregunte, claro.
No se lo había permitido, ciertamente, pero ya lo había preguntado. Así que de nuevo tenía que escoger entre ser grosero y no serlo, y de nuevo, esta vez con dudas, elegí la segunda opción.
- Hago auditorías - Concluí.
Con esto tenía que ser suficiente. El tema no daba para más, y yo quería llegar a casa de una vez. Pero no. Una vez que mencionas que haces auditorías, tienes que ampliarlo, como si tuvieras que justificarte. Algo así como si dices que asesinas ancianas al atardecer. Es algo que la gente no entiende muy bien, y tienes que explicarlo.
- Ah, parece interesante. ¿Y qué haces exactamente?¿Auditorías de cuentas y esas cosas? - preguntó, inevitablemente
Ahí decidí poner toda la carne en el asador, y explicarle lo que habían sido mis tres días anteriores con pelos y señales.
- No, ese es otro tipo de auditorías - le expliqué - las mías son diferentes. Mira, para que te hagas una idea: El domingo salí de casa a las cinco y media de la tarde, aparqué en el aeropuerto, pasé el control de seguridad, fui a la puerta de embarque y no esperé mucho porque mi vuelo salía a las siete. Durante el vuelo me preparé la lista de verificación de la primera auditoría, que en ese caso me la hacían a mí, pero también me dio tiempo a leer un poco y a comerme un bocadillo de esos de los aviones, que son muy caros y no están demasiado buenos. Cerca de las diez de la noche aterricé en Viena y salí del aeropuerto. Tomé un taxi que me llevó al hotel, que estaba a 34 km. A esa hora, no hay nada abierto en ese país, por lo que no había nada que hacer. Entre unas cosas y otras eran más las once, y no quedaba sino tomar una ducha para descansar del viaje, y meterme en la cama. Era más de medianoche. El lunes el móvil me sacó de la cama a las seis de la mañana. Ducha, desayuno y a las siete me esperaban para llevarme a la oficina para preparar la auditoría. A las nueve llegó el auditor, de la Autoridad de Aviación Civil de Austria, y estuvo preguntando cosas incómodas hasta poco más de las dos de la tarde. Afortunadamente, todo salió bien. Lo único cercano para comer era un restaurante oriental de esos de buffet libre. Todo sanísimo. Luego tenía que volver al centro de Viena, para coger el tren que me llevaba a Budapest, para la segunda auditoría. Una hora de coche y media hora de espera en el andén de la estación. Luego tres horas de tren hasta Budapest. Por supuesto, habia que responder las llamadas que tenía acumuladas de toda la mañana de auditoría. Las tres horas, entre conversación y conversación, pasaron volando, y a las siete y algo de la tarde me presenté en Budapest, ciudad en la que no había estado nunca antes. Miré en el móvil dónde caía el hotel, y según Google Maps, se tardaba media hora andando. Estaba harto de coche y tren, y como no hacía mala temperatura, fui andando al hotel. Hubiera estado mejor decir "paseando", pero con la maleta a rastras, y que iba con la hora pegada, lo más acertado es decir que "anduve rápido". Eran poco más de las ocho de la tarde cuando llegué a la Recepción del Hotel. Allí, el individuo que estaba tras el mostrador y que no olvidaré que se llamaba Mohammed Salah, como el futbolista, pero en lento. no parecía tener ninguna prisa. Tardó fácilmente 15 minutos en gestionar la reserva de los surcoreanos a los que estaba atendiendo, y otros 15 en gestionar la mía, y eso que estaba pagada por la empresa, pero finalmente conseguí la llave. Subí a la habitación, me duché, me cambié de ropa y bajé de nuevo. Tardé otros diez minutos en conseguir que el amigo Mohammed me pidiera un taxi para volver al aeropuerto, porque una vez allí, me esperaba mi compañero para la auditoría, que esta vez hacía yo. De nuevo control de seguridad. Diez minutos porque los zapatos pitaban en el arco, pero finalmente accedimos a las oficinas. Cerca de las diez de la noche. La auditoría transcurrió entre herramientas calibrables, inventarios, productos inflamables y registros de mantenimiento de aeronaves, como siempre, y cuando ya no era capaz de distinguir un torquímetro de una rueda, decidí que continuaríamos al día siguiente. En eso, me acordé de que no había comido desde el restaurante chino de Austria, pero a esas horas, cerca de la una y media de la mañana, lo único que había abierto era un McDonalds, y gracias. Eran las dos y media de la mañana cuando mi compañero me dejó en el hotel. Me dormí inmediatamente, y el martes a las siete, el despertador (mi móvil) me dio a entender que ya era suficiente. De nuevo ducha, desayuno y check out. Menos mal que Mohammed había terminado su turno, porque si no, seguiría todavía allí. Pedí un taxi para ir al aeropuerto, donde había quedado con mi compañero para terminar la auditoría del día anterior. Eran alrededor de las ocho y media de la mañana. De nuevo control de seguridad, pero esta vez me quité los zapatos y me ahorré ocho minutos. Luego seguimos con la auditoría de las instalaciones y la del avión. Terminamos sobre la una y media. Por fin, daba tiempo a comer como las personas. Pero no mucho. A las cuatro salía el vuelo hacia Frankfurt. Allí una hora de escala y finalmente el vuelo a Madrid... Y aquí estoy, concluí. ¿Comprendes ahora por qué no me ha dado tiempo a ver nada de las preciosas ciudades de Viena y Budapest? 
- Oh, vaya - fue lo único que acertó a decir tras la chapa que le había dado - te dejo, que querrás descansar.
- Bueno, pues hasta mañana - me despedí.

Y ahí terminó todo. Algo en mi interior me dice que no será la última vez que tenga que contarle mi vida a alguien. Pero no a ese vecino en particular, que desde aquel día, yo creo que me evita.

jueves, 21 de marzo de 2019

El Auditor me tiene manía

Cuenta la historia que Norbertito, cuando tenía 8 años, volvió un día a su casa después del colegio. Se comió rápidamente la merienda, y se puso a jugar, como hacía casi todos los días. En un cierto momento, su madre recordó que ese día le daban los resultados del examen de matemáticas que había hecho el día antes.

- "Norbertito, hijo, ¿te han dado la nota del examen? - preguntó la madre de pronto, cuando el niño estaba jugando con un barco pirata.
-- respondió Norbertito con total tranquilidad, pero sin añadir ni una palabra.
- ¿Y qué tal? - indagó la madre, tranquila ante la tranquilidad de su hijo pero con un punto de desasosiego por el escueto monosílabo de la respuesta.
- Pueeeees, he suspendido - respondió Norbertito mirando al suelo, y con bastante menos tranquilidad en su voz.
- ¿De verdad? - La madre no se lo podía creer. - ¿Y cómo ha sido eso? ¿qué ha pasado? - preguntó un poco alarmada.
- Es que preguntaron cosas que no nos habían enseñado - Se justificó el pequeño.
- ¡Eso no puede ser! - dijo la madre, incrédula. 
- ¡Que sí, que es verdad! - Lloriqueó Norbertito. - ¡No lo sabía hacer porque no nos lo habían explicado! - insistió el niño.
- Y los otros niños, tus compañeros, ¿también han suspendido? - inquirió sutilmente la madre.
- Todos no. Martina ha sacado un diez. Y Bernardo un nueve - respondió el chico entre sollozos.
- ¿Y los demás? - insistió su madre.
- ¡No séeeee! - protestó Norbertito intentando dar por finalizada la conversación.

Pero la conversación no iba a terminar ahí. La madre no estaba para nada convencida y estaba dispuesta a conocer la verdad. 

- Si no os lo habían explicado, ¿cómo es que los demás niños han sacado buena nota y tú no? - dijo, elevando un poco el tono de la voz.
- Bueno - rectificó el niño - igual sí lo habían explicado, pero fue cuando yo no estaba en clase...
- Has ido todos los días a clase. No has faltado ni uno solo. ¿Qué quieres decir con que no estabas en clase? - interrumpió la madre, cada vez más enfadada.
- Bueno, sí estaba. Es que la profesora habla muy bajito y yo no la oía - respondió cada vez más alterado Norbertito.
- ¿Y tú no podías pedirle que hablara más alto? - se indignó la madre.
- ¡¡Es que la profe me tiene manía!! - gritó entre lloros Norbertito
- ¡¡¡Basta ya de tonterías!!! ¡¡¡Lo que pasa es que no has estudiado!!! - gritó la madre, fuera de sí, ante las malas excusas de su hijo - ¡¡¡Estás castigado, por mentiroso!!!" - concluyó.

Norbertito, viendo que la cosa no tenía solución, optó por callarse y se quedó en su cuarto, sin hacer nada, castigado, como había dicho su madre.

Con el paso de los años, Norbertito fue creciendo, y todos le llamaban Norberto. Encontró trabajo en el sector de la aviación, que le apasionaba desde niño. Un día tuvo una auditoría, y en un determinado momento, el auditor le pregunta:

- "¿Me puede, por favor enseñar los registros de este trabajo?
- Pueeeees, no los encuentro. Pero tienen que estar" - Respondió Norberto sin alterarse.

Al cabo de un tiempo, tras revolver muchos papeles y buscar en casi todas las carpetas del ordenador, los registros no aparecieron.

- "No queda más remedio que abrir una No Conformidad - concluyó el auditor. No es especialmente grave, pero tiene que ser así. El siguiente paso será analizar la causa raíz, es decir, por qué los registros no estaban.
- Muy bien" - aceptó Norberto.

A partir de ese momento, Norberto se puso manos a la obra y envió su respuesta al auditor. El cruce de mensajes fue más o menos el siguiente:

Causa raíz: Se desconocía que los registros se debían guardar.
Verificación del auditor: No se acepta. El Procedimiento indica claramente que los registros se deben guardar y dónde se deben guardar. Además, especifica que deben ser accesibles durante cualquier auditoría.
Causa raíz (corrección): Aunque el procedimiento indica que los registros se deben guardar y dónde, no se conocía el procedimiento.
Verificación del auditor: No se acepta. El Procedimiento está publicado, y se dispone de acuse de recibo por parte del auditado.
Causa raíz (corrección 2): Aunque el Procedimiento indica que los registros se deben guardar y dónde, y se ha recibido dicho procedimiento, no se ha recibido formación en el mismo.
Verificación del auditor: No se acepta. Consta un certificado que acredita que el auditado ha recibido "formación en procedimientos de la compañía".
Causa raíz (corrección 3): Aunque el Procedimiento indica que los registros se deben guardar y dónde, se ha recibido dicho procedimiento y se ha recibido formación en "Procedimientos de la compañía", el curso de procedimientos es poco efectivo.
Verificación del auditor: No se acepta. La instrucción del procedimiento es sencilla: "Los registros se deben guardar en..." no se entiende qué tipo de formación es necesaria para entender eso.

No hubo más respuestas dentro de los plazos fijados, pero viendo cómo era de niño Norberto, quizás la siguiente causa raíz, que debería llevar la coletilla de "corrección 4" hubiera sido "Es que el auditor me tiene manía". Y ante eso, el auditor no habría tenido más remedio que escribir lo mismo que dijo la madre de Norberto, cuando todavía le llamaban Norbertito años atrás, cuando suspendió el examen de matemáticas.

Pero claro, entre profesionales no podemos decir eso. ¿o sí?



martes, 29 de enero de 2019

¿Cómo te explico yo de qué va esto?

Un día cualquiera de hace algunos años, cuando mi hijo mayor tenía poco más de tres lo recojo de la guardería,  lo siento en el coche y como tantas otras veces le pregunto:

-"¿qué tal hoy? ¿te lo has pasado bien?
- Sí."

No esperaba ni una respuesta diferente, ni muchos más detalles. Era un día totalmente normal.

-"¿y qué has hecho hoy? - continué con el "interrogatorio" habitual.
- Nos han preguntado por los trabajos de papá y mamá" - dijo, para mi sorpresa, saliéndose de las respuestas habituales "nada" y "no me acuerdo"

Por algún motivo que desconozco, es costumbre que al menos una vez al año, en las guarderías pregunten a los niños en edad preescolar por los trabajos de sus padres. Las respuestas, como no puede ser de otra manera, están llenas de inocencia llegando en ocasiones a ser divertidas, por lo que estaba interesado en saber qué había dicho él, sobre todo teniendo en cuenta que en casa se habla poco del trabajo y que si tengo algo de trabajo que hacer en casa, prefiero hacerlo por la noche cuando todos se han dormido.

- "Muy bien ¿y tú qué has dicho? - me interesé.
- Nada, porque no te he visto trabajar nunca..." - dijo sin más.

Ante tan duras declaraciones pensé que era necesario aclarar algunos conceptos.

La primera dificultad iba a ser ponerle nombre al trabajo. Los niños de tres años saben lo que es un bombero, un policía,  un taxista o un cocinero, por ejemplo, y un médico o un jardinero no les son desconocidos. Dentro del sector de la aviación, los trabajos de piloto o de mecánico son fáciles de explicar. Casi todas esas profesiones u oficios aparecen a menudo en los cuentos o en los dibujos animados de la tele. Pero ¿cuántos ingenieros salen en esos cuentos y en esos dibujos? Y lo que es más terrible... ¿cuántos auditores son protagonistas de las historias infantiles?
Ante este desolador panorama, decido contarle brevemente lo que hago, por si en algún momento le vuelven a preguntar.

- "Pues mira - empiezo mi explicación con bastante poco convencimiento - tú sabes que los juguetes suelen tener instrucciones, ¿verdad?
- Sí,  ¡como el juego de los aros que tengo en casa! - Contestó con una sonrisa
- Eso es. Y las instrucciones te dicen cuál es la manera correcta de utilizar el juguete. ¿no?
- - dijo esta vez dejando entrever cierta duda.
- Yo no trabajo con juguetes,  sino con aviones, y otra mucha gente a alrededor trabaja también con los mismos aviones. Cada uno de esos trabajos tiene instrucciones y el mío  consiste en que si alguien no sigue las instrucciones, se lo digo para que a partir de ese momento lo haga. A eso se le llama ser auditor. ¿Qué te parece? - mientras decía esto yo veía en su cara que no era lo que esperaba...
- Vale. Eso quiere decir que le dices a la gente cómo tiene que jugar a trabajar. - concluyó.
- Bueno. No es del todo eso, pero es algo así - finalicé la explicación con una pequeña sonrisa.

En aquel momento pensé que no me había salido del todo mal, y que el niño, mal que bien, lo había entendido. Ahí quedó la cosa, y ni él volvió a preguntar,  ni yo volví a sacar el tema.

Al cabo de un tiempo, no sé cuánto, la situación se repitió.

- "¿qué tal hoy?
- me han preguntado en qué trabajáis mamá y tú.
- Muy bien. Y que has dicho de mi trabajo - pregunté con cierta curiosidad por saber qué había quedado de aquella conversación que tuvimos tiempo atrás.
- Que le pones los asientos a los aviones" - dijo todo serio, como quien dice una verdad como un templo y está convencido de ella.

Yo me quedé sin palabras. Desconozco el momento en el que todo se torció, y no tengo ni idea de cómo los asientos del avión llegaron a la imaginación de mi hijo. Pero reconozco que me reí.