jueves, 26 de septiembre de 2019

Matar al auditor

Ser auditor es algo importante. Viene el auditor y te echas a temblar. Algo así como si el ojo que todo lo ve se abriera sobre ti para escrutar hasta el último secreto de tu alma. Sientes como si tus secretos más oscuros fueran a ser revelados y hechos públicos. Porque el auditor no sólo lo ve todo, sino que lo sabe todo, y lo comprende todo. A la primera y sin esfuerzo. Es imposible engañar al auditor.

Pero claro, todos tenemos algo que ocultar, y el hecho de que aparezca un auditor omnisciente puede romper reputaciones, eclipsar famas y hacer caer orgullos personales, y eso no puede ser. Algo hay que hacer, y se presentan únicamente dos opciones: Matar al auditor o tratar de comprarlo.

Lo primero supone un gran problema logístico. Quizás matar al auditor puede resultar fácil. Hay muchas maneras de matar a alguien que no se espera que lo vayan a mandar al otro barrio. No. El problema está en deshacerse del cuerpo porque por un lado no todo el mundo está dispuesto a llevar al fiambre a un lugar apartado e inaccesible, y por otro, a nadie le gusta tener un cadáver en la oficina. Se considera antihigiénico y con el tiempo genera malos olores. Además, es de suponer que en algún sitio ha quedado registrado que ese dia te iba a auditar precisamente a ti, y por lo tanto, si desaparece al ir a auditarte a ti, pasas a ser el primer sospechoso para la policía... Definitivamente, cargarse al auditor no es una opción, y por lo tanto hay que optar por la segunda medida: Comprarlo.

Todo el mundo tiene un precio. Lo dicen los mafiosos de las películas, y el cine nunca miente. Así que lo primero es saber el precio de tu auditor. Difícil asunto ese cuando no conoces lo suficiente a la persona. Además, ¿cómo lo haces? Queda feo llegar y decir de improviso:

- "Buenos días, ¿Qué quiere usted que le dé para que la auditoría salga bien?"

Conocer a una persona en los cinco minutos que dura una presentación formal de una auditoría requiere mucha práctica, sobre todo si pretendes que no se te note. Hay que saber si al auditor en cuestión le gusta comer en sitios caros, vestir ropa de marca, ir al fútbol, beber alcohol desmesuradamente o frecuentar compañías que su familia quizás no hubiera aprobado, y todo eso, sin preguntar directamente. Luego, con la información obtenida, hay que obrar sabiamente para introducir la "oferta" sin que le parezca al auditor que intentas sobornarlo utilizando el hilo de una conversación normal para obtener la información necesaria.

Se trata de esperar el momento, y siempre se llega al momento en el que el auditor pregunta por el estado de la formación del personal:

- "Bien, entonces, vamos a ver cómo está la formación del personal.
- La formación está perfectamente - se apresura a contestar el auditado - ¿Qué quiere ver?
- Empezaremos con el Plan de Formación. ¿Me lo puede enseñar, por favor?
- ¡Claro! pero hablando de planes, ¿Qué plan tiene para comer durante la auditoría? - aprovecha  para deslizar sutilmente el auditado
- Me vale cualquier cosa. También podemos no comer y terminar antes" - responde por sorpresa el auditor

Llegados a este punto, la situación se tambalea y al auditado le tiemblan las canillas. Si el auditor no come, si sigue hasta el final, no habrá manera de apartarlo de la oficina.

- "Sí, claro, podemos hacer eso, pero si se alarga la auditoría igual pasamos mucha hambre. Yo creo que podríamos comer algo rápido - Se rehace y prosigue, como si nada, aunque con un cierto tono de angustia en la voz - conozco un sitio aquí al lado donde se puede comer rápido y por buen precio."

Ahí está el quid de la cuestión. "Rápido y por buen precio". Dos argumentos que convencerán a cualquier auditor: Rápido para poder seguir y terminar el trabajo, y a buen precio, innecesario porque lo va a pagar el cliente siempre, pero muy útil para tranquilizar la conciencia que todos tenemos de no despilfarrar el dinero.

- "Estoy de acuerdo - dice el auditor mordiendo el anzuelo.
- Pues vamos cuando quieras" - dice aliviado el auditado, pasando al tuteo de forma inconsciente.

Y ahí se pone en marcha toda la escenografía previamente preparada. El trayecto en coche dura media hora para llegar a ese sitio "que está aquí al lado", y que resulta ser un pedazo de restaurante de los que tiene un patio interior decorado con una fuente ornamental que suelta un chorro de agua a quince metros de altura sobre la estatua de un caballito de mar mientras un cuarteto de cuerda ameniza la comida con sinfonías clásicas.

El auditor probablemente va a decir algo así como que no parece un sitio en el que "se coma rápido", y mucho menos "a buen precio", pero el lugar tiene muy buen aspecto, y a nadie le amarga el dulce de comer en un lugar al que sólo iría para celebrar la boda de otro, así que se calla y comienza a aceptar que se la han colado, y que va a tener serias dificultades en terminar la auditoría. No queda otra que disfrutar de la comida, el buen vino y la música del cuarteto de cuerda.

Tras una hora y media de comida y dos más de sobremesa, es el momento de volver a la oficina.

- Se nos ha hecho algo tarde - dice el auditado con una cara que disimula mal la sonrisa - ¿te falta mucho para terminar?
- No mucho. Ver un par de cosas y ya está. Terminamos rápidamente" - responde el auditor con cierta contrariedad.

Y así es. Tres preguntas más sobre los típicos temas de formación, registros documentales y auditorías internas, y se da por concluido el día, a falta de la reunión final, a la que asistirá el Director General.

- ¿qué tal la auditoría? - pregunta el Director General, mientras mira a su empleado
- Pues ahora lo sabremos - dice éste, señalando al auditor, que ya está preparado para la reunión.
- ¿Y qué tal te ha tratado mi gente? ¿Habéis podido comer algo?- pregunta ahora mirando al auditor.
- ¡Oh sí!, hemos ido a un sitio que estaba muy bien aquí al lado - responde el auditor marcando con cierto énfasis las tres últimas palabras.
- Vaya, me alegro. Pero ahora vamos a ver los resultados, que estaréis todos cansados - dice el Director General con cierto tono paternal.
- Muy bien -comienza el auditor - ante todo, gracias por vuestro tiempo. Ha sido una auditoría muy productiva en la que no se han visto cosas muy graves. Únicamente reseñables tres No Conformidades leves, tres observaciones, cuatro oportunidades de mejora y dos comentarios.

El Director General mira sorprendido al auditado que comprende que al día siguiente va a tener que dar unas pocas explicaciones. En particular, cuando le pidan justificar aquella frase de "no te preocupes, le llevo a comer al sitio ese bueno, y se ablanda y no me pone nada". El auditado está sumido en sus pensamientos pero de entre todos ellos, uno tiene más fuerza que los demás:

"La próxima vez, mato al auditor".

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