Mariano era un tipo optimista. Casi siempre se le veía con una sonrisa en los labios, y siempre tenía palabras amables para todas las personas con las que se cruzaba, las conociera o no. Tenía un trabajo que le gustaba y que le permitía ganar el suficiente dinero para vivir sin agobios y permitirse, cuando la ocasión lo requería, algún capricho. Su vida familiar era igual de tranquila: su esposa era tan encantadora como él, y los dos hijos de la pareja estaban acabando sus carreras universitarias con buenos resultados. En definitiva, a Mariano todo le iba bien y los que le conocían decían que irradiaba felicidad... incluso hasta el punto de dar un poco de envidia.
En los últimos días, sin embargo, se le veía paseando por la calle mirando al suelo, ensimismado en sus pensamientos. Hasta tal punto no miraba de frente, que en ocasiones se cruzaba con alguien y no le saludaba con su habitual sonrisa y su inconfundible y energético
- "¡Hola Fulano!, ¿cómo estás?"
Empezó a cundir la preocupación entre sus vecinos que veían a Mariano deambular por el barrio solo, cabizbajo, pensativo, y con cara triste. Era evidente que algo no iba bien, pero en las pocas conversaciones que mantenía, siempre que alguien le preguntaba cómo iba todo, Mariano respondía con un lacónico y desganado "todo bien". Estaba claro que mentía, pero nadie había podido sacarle ninguna información más. Todos habían intentado saber qué le pasaba a Mariano. Todos: El frutero, el vendedor de periódicos, la panadera... incluso el cura y la portera habían empleado sus habilidades sin éxito. Siempre recibían la misma respuesta: "todo bien".
Algo terrible debía de estar pasándole al pobre Mariano, que no decía nada, hasta que un día fue al bar y pidió un whisky con hielo. José Luis, el camarero, se alarmó, porque Mariano no era bebedor habitual, y nunca antes había pedido Whisky. Por lo menos, no en ese bar. Se lo sirvió con cautela.
- " Hola Mariano, ¿qué tal, como estás? - preguntó educadamente.
- Todo bien - respondió el atormentado Mariano sin levantar la mirada de la barra
- Vaya, me alegro - continuó el camarero con poca convicción - ¿Lucía, los niños, todo en orden?
- Todo bien - fue lo único que dijo Mariano, aún con la mirada fija en algún punto invisible, cercano a sus pies.
- Pues mira, Mariano - dijo José Luis con firmeza, armándose de valor y dispuesto a saber la verdad de una vez por todas - No te creo. Creo que algo no va bien, y me preocupa. Cuéntamelo, hombre, a ver si te puedo ayudar, que nos conocemos desde hace muchos años, y he visto crecer a tus chavales, que han jugado con los míos desde siempre. ¿Pasa algo con Lucía?
- No, todo bien - dijo tristemente.
- ¿Con los niños entonces?" - insistió José Luis, que no se daba por vencido con las evasivas de su cliente y amigo.
Ante esta última pregunta, Mariano levantó los ojos. Los tenía rojos, como si estuviera intentando contener las lágrimas.
- "Si insistes... - dijo en un suspiro - Es el mayor. Sabes que acaba los estudios ahora en verano.
- ¿Tiene algún problema de salud? - preguntó con cierta preocupación el camarero
- No, eso, gracias a Dios está bien. No. Se trata de los estudios, y del trabajo que quiere - confesó al fin Mariano.
- Pero los estudios le van bien ¿no? No tendrá problema en encontrar un buen trabajo en poco tiempo - interrumpió José Luis.
- Pues ese es el problema - dijo Mariano con una sombra de dolor en la mirada - Me dice que quiere un trabajo que sirva para algo, para orientar a los demás en lo que hacen, para que la gente entienda las cosas que hacen mal, y que encuentren el camino correcto. Para que dediquen su esfuerzo a las cosas que realmente son útiles en lugar de perder el tiempo, de forma que trabajen menos y con mejores resultados... - En ese momento se le quebró la voz, tomó un trago del whisky, y tras poner la mueca de aquél que no está acostumbrado a las bebidas fuertes, continuó - Me dice que quiere poder ver las cosas desde arriba, con independencia, y ser capaz de ayudar a los demás a decidir qué es bueno y qué es malo.
- ¡¡¡No fastidies, Mariano, que después de tantos años de estudios, tu hijo se quiere meter a cura!!! - Cortó José Luis que no sabía si sentir alivio o preocupación ante semejante revelación del atormentado Mariano.
- No, José Luis... sí fuera eso... No - y Mariano miró directamente a los ojos a su amigo. Una lágrima rodaba por su mejilla - No - repitió - El niño quiere ser auditor.
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