martes, 2 de enero de 2018

Paseando en la abandonada Ciudad Amarilla

Estás en Austria, en una de las ciudades dormitorio que hay a unos 25 kilómetros del centro de Viena. Has ido, por supuesto,  para recibir una auditoría al día siguiente. En los hoteles no siempre hay restaurante, pero te lo sabes, porque no es la primera vez que vas. Además, te han dejado solo para cenar y hace bueno, a pesar de ser 1 de Enero. No llueve, no nieva, y la temperatura no es demasiado baja, por lo que te apetece salir a dar un paseo. Como ya vas avisado de que en ese país no se cena demasiado tarde, sales del hotel prontito: sobre las ocho de la tarde. Además, alguno de tus conocidos te ha recomendado no menos de siete sitios perfectamente válidos para cenar, por lo que no puede fallar nada. Estás solo, pero eso no es ninguna novedad. Así conoces gente y puedes incluso practicar el idioma con algún camarero extranjero.

Las distancias no son muy grandes. Se puede ir andando a todas partes, así que comienzas a andar en la dirección en la que se encuentra el primer sitio que te han recomendado, mientras vas mirando el móvil, aislado de tu entorno. Llegas a un semáforo, que está cerrado para peatones y te paras. No viene ningún coche así que pasas. Te sientes culpable. En Europa Central los peatones no cruzan en rojo. Sabes que no es verdad, pero el tópico ha calado tan hondo que piensas que has hecho algo mal.

-"Seguro que ahora viene una vieja y me increpa", piensas. No te ha pasado nunca, pero de nuevo es el tópico.

Pero no te increpa nadie. Nadie se fija en ti. Nadie murmura a tus espaldas. Nadie.

Precisamente, en ese momento te das cuenta: Estás solo. No hay nadie por la calle. Ni un alma. Miras el reloj confundido y son las ocho y cuarto de la noche, nada más. Has estado en ese mismo sitio otras veces, y a esa hora hay mucha gente. Hoy no. Hoy todo es silencio. Sólo se oyen tus pasos.


Además del silencio y de la ausencia de gente en las calles, te llama la atención la luz amarilla. Todo es amarillo a tu alrededor. Todo tendría un aire apergaminado, rancio, enfermo... de no ser porque no te has cruzado con nadie. Ni en la plaza del Ayuntamiento, ni en las calles más comerciales, ni en las zonas con mayor saturación de tráfico. Nadie. Las aceras están vacías, los coches todos aparcados y no has visto ningún vestigio de vida en todo el tiempo que llevas caminando, tu solo, en esa ciudad abandonada. O muerta.


A estas alturas, tienes claro que no cenas. Has pasado por varios restaurantes, todos cerrados. Hasta el chino de aquella esquina esta cerrado.

Y todo está en silencio. ¿Dónde están todos? ¿Dónde han ido? ¿Qué les ha pasado?


Decides volver al hotel. Hay algo desasosegador en el ambiente y es mejor estar a cubierto. Escoges otro camino. Después de las vueltas que has dado, buscas una calle habitada, algún coche circulando. Algo que muestre que el ser humano no se ha extinguido en esa parte del mundo.

Pero nada. Todo está desierto, desolado, y en silencio. En un aplastante silencio. Y la luz sigue siendo amarilla.


Llegas a la entrada del pueblo. A la carretera que siempre está atascada. Y no hay nadie. Ni un coche, ni una bicicleta a la que tan aficionados son en ese lugar. Nada. Aquí tampoco hay vida.


La cena ya es lo de menos. Vuelves al hotel. Pero se te había olvidado de que es uno de esos hoteles familiares de Austria en los que la Recepción no está abierta las 24 horas, porque los dueños también tienen que descansar. Así que no ves a nadie al entrar. Sigue sin oírse un ruido. Finalmente te metes en la cama. No son más que las diez, pero no merece la pena quedarse despierto más tiempo, aunque para tus costumbres sea excesivamente temprano. Mañana será otro día, piensas, aunque siempre queda la duda de si al despertar, las calles seguirán desiertas, en silencio, y bañadas en una terrible luz amarilla.

2 comentarios:

  1. Enrique, aunque no vieras a nadie, no estabas sólo. Te estaban espiando. Seguro. A quien se le ocurre hacer lo que hiciste¡. A un español distraído. Ya sabes, no vuelvas a hacerlo. O, mejor, no vuelvas, si es posible.

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  2. Enrique, aunque no vieras a nadie, no estabas sólo. Te estaban espiando. Seguro. A quien se le ocurre hacer lo que hiciste¡. A un español distraído. Ya sabes, no vuelvas a hacerlo. O, mejor, no vuelvas, si es posible.

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