Como siempre, preparé la maleta con tiempo, de forma casi automática, metiendo el "kit para tres días" habitual que siempre está dispuesto para cualquier viaje, previsto o imprevisto. Cosas de la costumbre.
Como siempre, en la bolsa del ordenador iban los papeles de trabajo, la documentación de referencia, un bolígrafo (mejor dos, que luego se pierden), un cuaderno pequeño para tomar notas, una copia de las tarjetas de embarque (siempre llevo una copia extra en papel, tanto si embarco con el móvil como si no) y de la confirmación de reserva del hotel, cargador para el móvil... y el ordenador, claro.
Como siempre, a los bolsillos de la chaqueta fueron a parar mi inseparable Kindle en el que había cargado un par de novelas de espionaje el día antes, una batería externa para casos de emergencia y el móvil, cargado a tope, y que además haría las veces de cámara de fotos para tomar las evidencias que fueran necesarias.
Como siempre, cogí el pasaporte. Lo prefiero para los viajes fuera de España, incluso para moverme por Europa, aunque el DNI sea más cómodo de llevar. Más cosas de la costumbre.
Como siempre, salí de casa con unas dos horas de antelación sobre la hora prevista del vuelo, ya que a esa hora no habría tráfico, y en coche llegaría en poco tiempo.
Como siempre, dejé el coche en el aparcamiento de la T2 del aeropuerto de Barajas (que ahora hay que llamar oficialmente por su nombre completo de Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas), y como siempre me metí el ticket de aparcamiento en el bolsillo de la camisa.
Todo como siempre. Sin la más mínima sombra de duda. Casi como si de una auditoría se tratara, había seguido el orden previsto.
Como siempre.
Llego a la puerta de embarque donde ya estaban mis acompañantes para aquella ocasión y al ir a guardar, como siempre, el ticket del aparcamiento en la cartera, me doy cuenta de que la cartera no está.
Se suceden las preguntas habituales: ¿Me la he dejado en el coche? ¿Me la he dejado en la bandeja del control de seguridad? ¿Me la han robado?... Y el caso es que no recuerdo haberla visto. Seguro que no la he cogido, y se ha quedado en casa...
Pero ya no hay tiempo. Está a punto de abrir el embarque y yo estoy sin dinero, sin tarjetas de crédito, y sin nada más que... todo lo necesario para hacer una auditoría.
Ya lo dice la sabiduría popular castellana: "En casa de herrero, cuchillo de palo". Siempre diciendo que una buena Lista de Verificación es una herramienta casi imprescindible para no olvidar nada en una auditoría, y luego, no lo aplico en las tareas rutinarias del día a día.
Desde entonces, los viajes no empiezan hasta que la preparación no ha sido convenientemente "auditada" con lista de verificación incluida.
Esto no me vuelve a pasar. Otra cosa, tal vez, pero esto mismo, desde luego, no.
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