Por algún oscuro motivo, todo ser humano que ve a un conocido arrastrando una maleta, sea ésta del tamaño que sea, siente el irrefrenable impulso de preguntar algo así como: "¿Qué, de viaje, verdad?".
Esa pregunta se podría responder con un monosílabo, y ahí se acabaría el problema, pero queda feo, y por no ofender, muchas veces se inicia una conversación no necesariamente deseada.
Yo caí en esa trampa hace algunos días, cuando volvía a casa tras unas auditorías.
- "¿Qué, de viaje, verdad? - me pregunta un vecino al que no veía desde hacía tiempo, al verme llegar con mi maleta.
- Sí - respondí, sin más.
En unas décimas de segundo pensé que quizás había sido un poco brusco y que debía añadir algo más porque al fin y al cabo, me había preguntado cordialmente, así que tras esa incómoda pausa en la que seguro que el buen hombre tuvo la duda de si yo era un tipo desagradable o no, continué.
- Vuelvo. He estado tres días fuera.
Me sentí satisfecho con mi respuesta. Era más que una simple afirmación y daba algo de información, pero no revelaba ningún tipo de secreto importante. Pensé que con eso daba por concluida la conversación. Craso error.
- Ah, bien. - dijo - ¿y has ido muy lejos? - volvió a preguntar.
En ese momento, había dos respuestas posibles:
"A ti que te importa" (pudiendo meter cualquier grosería entre el "qué" y el "te") o decir amistosamente la verdad.
Opté por la segunda.
- He estado en Viena y en Budapest - respondí-
- ¡Qué bonitos sitios! - exclamó - ¿de vacaciones?
Reconozco que la pregunta me cogió por sorpresa. Yo consideraba que siendo un día laborable en mitad de abril, viendo cómo iba vestido y teniendo en cuenta el tipo de maleta que llevaba, era evidente para cualquiera que tuviera dos ojos en la cara que no había estado de vacaciones, pero como la experiencia me ha demostrado que lo que es evidente para mí puede no serlo para los demás, de nuevo me guardé la ácida respuesta que se me venía a la boca, para decir simplemente:
- No, por trabajo.
- Ah, vaya. no es lo mismo, pero algo habrás visto, ¿no?
Me empezaba a incomodar tanto interés. Mis padres siempre me habían enseñado que no se habla con desconocidos, y aunque este era un vecino, no lo conocía lo suficiente como para considerarlo un amigo.
- Pues no, la verdad. No he tenido tiempo.
Con esto, pensé que quedaba zanjado el asunto, pero de nuevo me equivocaba.
- ¡Oh, no es posible. Deberías! con lo bonitas que son Praga y Budapest - se lamentó
De dónde había sacado Praga el muchacho, no lo sé. Esto cada vez se parecía más a un diálogo de besugos. No iba a decir nada más. Además., ese "deberías" me había sentado mal. Ya me hubiera gustado a mí, ¡no te fastidia!
- ¿Y a qué te dedicas? - continuó - Si me permites que te pregunte, claro.
No se lo había permitido, ciertamente, pero ya lo había preguntado. Así que de nuevo tenía que escoger entre ser grosero y no serlo, y de nuevo, esta vez con dudas, elegí la segunda opción.
- Hago auditorías - Concluí.
Con esto tenía que ser suficiente. El tema no daba para más, y yo quería llegar a casa de una vez. Pero no. Una vez que mencionas que haces auditorías, tienes que ampliarlo, como si tuvieras que justificarte. Algo así como si dices que asesinas ancianas al atardecer. Es algo que la gente no entiende muy bien, y tienes que explicarlo.
- Ah, parece interesante. ¿Y qué haces exactamente?¿Auditorías de cuentas y esas cosas? - preguntó, inevitablemente
Ahí decidí poner toda la carne en el asador, y explicarle lo que habían sido mis tres días anteriores con pelos y señales.
- No, ese es otro tipo de auditorías - le expliqué - las mías son diferentes. Mira, para que te hagas una idea: El domingo salí de casa a las cinco y media de la tarde, aparqué en el aeropuerto, pasé el control de seguridad, fui a la puerta de embarque y no esperé mucho porque mi vuelo salía a las siete. Durante el vuelo me preparé la lista de verificación de la primera auditoría, que en ese caso me la hacían a mí, pero también me dio tiempo a leer un poco y a comerme un bocadillo de esos de los aviones, que son muy caros y no están demasiado buenos. Cerca de las diez de la noche aterricé en Viena y salí del aeropuerto. Tomé un taxi que me llevó al hotel, que estaba a 34 km. A esa hora, no hay nada abierto en ese país, por lo que no había nada que hacer. Entre unas cosas y otras eran más las once, y no quedaba sino tomar una ducha para descansar del viaje, y meterme en la cama. Era más de medianoche. El lunes el móvil me sacó de la cama a las seis de la mañana. Ducha, desayuno y a las siete me esperaban para llevarme a la oficina para preparar la auditoría. A las nueve llegó el auditor, de la Autoridad de Aviación Civil de Austria, y estuvo preguntando cosas incómodas hasta poco más de las dos de la tarde. Afortunadamente, todo salió bien. Lo único cercano para comer era un restaurante oriental de esos de buffet libre. Todo sanísimo. Luego tenía que volver al centro de Viena, para coger el tren que me llevaba a Budapest, para la segunda auditoría. Una hora de coche y media hora de espera en el andén de la estación. Luego tres horas de tren hasta Budapest. Por supuesto, habia que responder las llamadas que tenía acumuladas de toda la mañana de auditoría. Las tres horas, entre conversación y conversación, pasaron volando, y a las siete y algo de la tarde me presenté en Budapest, ciudad en la que no había estado nunca antes. Miré en el móvil dónde caía el hotel, y según Google Maps, se tardaba media hora andando. Estaba harto de coche y tren, y como no hacía mala temperatura, fui andando al hotel. Hubiera estado mejor decir "paseando", pero con la maleta a rastras, y que iba con la hora pegada, lo más acertado es decir que "anduve rápido". Eran poco más de las ocho de la tarde cuando llegué a la Recepción del Hotel. Allí, el individuo que estaba tras el mostrador y que no olvidaré que se llamaba Mohammed Salah, como el futbolista, pero en lento. no parecía tener ninguna prisa. Tardó fácilmente 15 minutos en gestionar la reserva de los surcoreanos a los que estaba atendiendo, y otros 15 en gestionar la mía, y eso que estaba pagada por la empresa, pero finalmente conseguí la llave. Subí a la habitación, me duché, me cambié de ropa y bajé de nuevo. Tardé otros diez minutos en conseguir que el amigo Mohammed me pidiera un taxi para volver al aeropuerto, porque una vez allí, me esperaba mi compañero para la auditoría, que esta vez hacía yo. De nuevo control de seguridad. Diez minutos porque los zapatos pitaban en el arco, pero finalmente accedimos a las oficinas. Cerca de las diez de la noche. La auditoría transcurrió entre herramientas calibrables, inventarios, productos inflamables y registros de mantenimiento de aeronaves, como siempre, y cuando ya no era capaz de distinguir un torquímetro de una rueda, decidí que continuaríamos al día siguiente. En eso, me acordé de que no había comido desde el restaurante chino de Austria, pero a esas horas, cerca de la una y media de la mañana, lo único que había abierto era un McDonalds, y gracias. Eran las dos y media de la mañana cuando mi compañero me dejó en el hotel. Me dormí inmediatamente, y el martes a las siete, el despertador (mi móvil) me dio a entender que ya era suficiente. De nuevo ducha, desayuno y check out. Menos mal que Mohammed había terminado su turno, porque si no, seguiría todavía allí. Pedí un taxi para ir al aeropuerto, donde había quedado con mi compañero para terminar la auditoría del día anterior. Eran alrededor de las ocho y media de la mañana. De nuevo control de seguridad, pero esta vez me quité los zapatos y me ahorré ocho minutos. Luego seguimos con la auditoría de las instalaciones y la del avión. Terminamos sobre la una y media. Por fin, daba tiempo a comer como las personas. Pero no mucho. A las cuatro salía el vuelo hacia Frankfurt. Allí una hora de escala y finalmente el vuelo a Madrid... Y aquí estoy, concluí. ¿Comprendes ahora por qué no me ha dado tiempo a ver nada de las preciosas ciudades de Viena y Budapest?
- Oh, vaya - fue lo único que acertó a decir tras la chapa que le había dado - te dejo, que querrás descansar.
- Bueno, pues hasta mañana - me despedí.
Y ahí terminó todo. Algo en mi interior me dice que no será la última vez que tenga que contarle mi vida a alguien. Pero no a ese vecino en particular, que desde aquel día, yo creo que me evita.