Un día, para mi primer trabajo, un entrevistador me preguntó inocentemente: "¿Cómo te verías trabajando en Calidad?". En aquel momento no supe qué decir, y así me fue...
jueves, 26 de septiembre de 2019
Matar al auditor
Pero claro, todos tenemos algo que ocultar, y el hecho de que aparezca un auditor omnisciente puede romper reputaciones, eclipsar famas y hacer caer orgullos personales, y eso no puede ser. Algo hay que hacer, y se presentan únicamente dos opciones: Matar al auditor o tratar de comprarlo.
Lo primero supone un gran problema logístico. Quizás matar al auditor puede resultar fácil. Hay muchas maneras de matar a alguien que no se espera que lo vayan a mandar al otro barrio. No. El problema está en deshacerse del cuerpo porque por un lado no todo el mundo está dispuesto a llevar al fiambre a un lugar apartado e inaccesible, y por otro, a nadie le gusta tener un cadáver en la oficina. Se considera antihigiénico y con el tiempo genera malos olores. Además, es de suponer que en algún sitio ha quedado registrado que ese dia te iba a auditar precisamente a ti, y por lo tanto, si desaparece al ir a auditarte a ti, pasas a ser el primer sospechoso para la policía... Definitivamente, cargarse al auditor no es una opción, y por lo tanto hay que optar por la segunda medida: Comprarlo.
Todo el mundo tiene un precio. Lo dicen los mafiosos de las películas, y el cine nunca miente. Así que lo primero es saber el precio de tu auditor. Difícil asunto ese cuando no conoces lo suficiente a la persona. Además, ¿cómo lo haces? Queda feo llegar y decir de improviso:
- "Buenos días, ¿Qué quiere usted que le dé para que la auditoría salga bien?"
Conocer a una persona en los cinco minutos que dura una presentación formal de una auditoría requiere mucha práctica, sobre todo si pretendes que no se te note. Hay que saber si al auditor en cuestión le gusta comer en sitios caros, vestir ropa de marca, ir al fútbol, beber alcohol desmesuradamente o frecuentar compañías que su familia quizás no hubiera aprobado, y todo eso, sin preguntar directamente. Luego, con la información obtenida, hay que obrar sabiamente para introducir la "oferta" sin que le parezca al auditor que intentas sobornarlo utilizando el hilo de una conversación normal para obtener la información necesaria.
Se trata de esperar el momento, y siempre se llega al momento en el que el auditor pregunta por el estado de la formación del personal:
- "Bien, entonces, vamos a ver cómo está la formación del personal.
- La formación está perfectamente - se apresura a contestar el auditado - ¿Qué quiere ver?
- Empezaremos con el Plan de Formación. ¿Me lo puede enseñar, por favor?
- ¡Claro! pero hablando de planes, ¿Qué plan tiene para comer durante la auditoría? - aprovecha para deslizar sutilmente el auditado
- Me vale cualquier cosa. También podemos no comer y terminar antes" - responde por sorpresa el auditor
Llegados a este punto, la situación se tambalea y al auditado le tiemblan las canillas. Si el auditor no come, si sigue hasta el final, no habrá manera de apartarlo de la oficina.
- "Sí, claro, podemos hacer eso, pero si se alarga la auditoría igual pasamos mucha hambre. Yo creo que podríamos comer algo rápido - Se rehace y prosigue, como si nada, aunque con un cierto tono de angustia en la voz - conozco un sitio aquí al lado donde se puede comer rápido y por buen precio."
Ahí está el quid de la cuestión. "Rápido y por buen precio". Dos argumentos que convencerán a cualquier auditor: Rápido para poder seguir y terminar el trabajo, y a buen precio, innecesario porque lo va a pagar el cliente siempre, pero muy útil para tranquilizar la conciencia que todos tenemos de no despilfarrar el dinero.
- "Estoy de acuerdo - dice el auditor mordiendo el anzuelo.
- Pues vamos cuando quieras" - dice aliviado el auditado, pasando al tuteo de forma inconsciente.
Y ahí se pone en marcha toda la escenografía previamente preparada. El trayecto en coche dura media hora para llegar a ese sitio "que está aquí al lado", y que resulta ser un pedazo de restaurante de los que tiene un patio interior decorado con una fuente ornamental que suelta un chorro de agua a quince metros de altura sobre la estatua de un caballito de mar mientras un cuarteto de cuerda ameniza la comida con sinfonías clásicas.
El auditor probablemente va a decir algo así como que no parece un sitio en el que "se coma rápido", y mucho menos "a buen precio", pero el lugar tiene muy buen aspecto, y a nadie le amarga el dulce de comer en un lugar al que sólo iría para celebrar la boda de otro, así que se calla y comienza a aceptar que se la han colado, y que va a tener serias dificultades en terminar la auditoría. No queda otra que disfrutar de la comida, el buen vino y la música del cuarteto de cuerda.
Tras una hora y media de comida y dos más de sobremesa, es el momento de volver a la oficina.
- Se nos ha hecho algo tarde - dice el auditado con una cara que disimula mal la sonrisa - ¿te falta mucho para terminar?
- No mucho. Ver un par de cosas y ya está. Terminamos rápidamente" - responde el auditor con cierta contrariedad.
Y así es. Tres preguntas más sobre los típicos temas de formación, registros documentales y auditorías internas, y se da por concluido el día, a falta de la reunión final, a la que asistirá el Director General.
- ¿qué tal la auditoría? - pregunta el Director General, mientras mira a su empleado
- Pues ahora lo sabremos - dice éste, señalando al auditor, que ya está preparado para la reunión.
- ¿Y qué tal te ha tratado mi gente? ¿Habéis podido comer algo?- pregunta ahora mirando al auditor.
- ¡Oh sí!, hemos ido a un sitio que estaba muy bien aquí al lado - responde el auditor marcando con cierto énfasis las tres últimas palabras.
- Vaya, me alegro. Pero ahora vamos a ver los resultados, que estaréis todos cansados - dice el Director General con cierto tono paternal.
- Muy bien -comienza el auditor - ante todo, gracias por vuestro tiempo. Ha sido una auditoría muy productiva en la que no se han visto cosas muy graves. Únicamente reseñables tres No Conformidades leves, tres observaciones, cuatro oportunidades de mejora y dos comentarios.
El Director General mira sorprendido al auditado que comprende que al día siguiente va a tener que dar unas pocas explicaciones. En particular, cuando le pidan justificar aquella frase de "no te preocupes, le llevo a comer al sitio ese bueno, y se ablanda y no me pone nada". El auditado está sumido en sus pensamientos pero de entre todos ellos, uno tiene más fuerza que los demás:
"La próxima vez, mato al auditor".
lunes, 29 de julio de 2019
La revelación
En los últimos días, sin embargo, se le veía paseando por la calle mirando al suelo, ensimismado en sus pensamientos. Hasta tal punto no miraba de frente, que en ocasiones se cruzaba con alguien y no le saludaba con su habitual sonrisa y su inconfundible y energético
- "¡Hola Fulano!, ¿cómo estás?"
Empezó a cundir la preocupación entre sus vecinos que veían a Mariano deambular por el barrio solo, cabizbajo, pensativo, y con cara triste. Era evidente que algo no iba bien, pero en las pocas conversaciones que mantenía, siempre que alguien le preguntaba cómo iba todo, Mariano respondía con un lacónico y desganado "todo bien". Estaba claro que mentía, pero nadie había podido sacarle ninguna información más. Todos habían intentado saber qué le pasaba a Mariano. Todos: El frutero, el vendedor de periódicos, la panadera... incluso el cura y la portera habían empleado sus habilidades sin éxito. Siempre recibían la misma respuesta: "todo bien".
Algo terrible debía de estar pasándole al pobre Mariano, que no decía nada, hasta que un día fue al bar y pidió un whisky con hielo. José Luis, el camarero, se alarmó, porque Mariano no era bebedor habitual, y nunca antes había pedido Whisky. Por lo menos, no en ese bar. Se lo sirvió con cautela.
- " Hola Mariano, ¿qué tal, como estás? - preguntó educadamente.
- Todo bien - respondió el atormentado Mariano sin levantar la mirada de la barra
- Vaya, me alegro - continuó el camarero con poca convicción - ¿Lucía, los niños, todo en orden?
- Todo bien - fue lo único que dijo Mariano, aún con la mirada fija en algún punto invisible, cercano a sus pies.
- Pues mira, Mariano - dijo José Luis con firmeza, armándose de valor y dispuesto a saber la verdad de una vez por todas - No te creo. Creo que algo no va bien, y me preocupa. Cuéntamelo, hombre, a ver si te puedo ayudar, que nos conocemos desde hace muchos años, y he visto crecer a tus chavales, que han jugado con los míos desde siempre. ¿Pasa algo con Lucía?
- No, todo bien - dijo tristemente.
- ¿Con los niños entonces?" - insistió José Luis, que no se daba por vencido con las evasivas de su cliente y amigo.
Ante esta última pregunta, Mariano levantó los ojos. Los tenía rojos, como si estuviera intentando contener las lágrimas.
- "Si insistes... - dijo en un suspiro - Es el mayor. Sabes que acaba los estudios ahora en verano.
- ¿Tiene algún problema de salud? - preguntó con cierta preocupación el camarero
- No, eso, gracias a Dios está bien. No. Se trata de los estudios, y del trabajo que quiere - confesó al fin Mariano.
- Pero los estudios le van bien ¿no? No tendrá problema en encontrar un buen trabajo en poco tiempo - interrumpió José Luis.
- Pues ese es el problema - dijo Mariano con una sombra de dolor en la mirada - Me dice que quiere un trabajo que sirva para algo, para orientar a los demás en lo que hacen, para que la gente entienda las cosas que hacen mal, y que encuentren el camino correcto. Para que dediquen su esfuerzo a las cosas que realmente son útiles en lugar de perder el tiempo, de forma que trabajen menos y con mejores resultados... - En ese momento se le quebró la voz, tomó un trago del whisky, y tras poner la mueca de aquél que no está acostumbrado a las bebidas fuertes, continuó - Me dice que quiere poder ver las cosas desde arriba, con independencia, y ser capaz de ayudar a los demás a decidir qué es bueno y qué es malo.
- ¡¡¡No fastidies, Mariano, que después de tantos años de estudios, tu hijo se quiere meter a cura!!! - Cortó José Luis que no sabía si sentir alivio o preocupación ante semejante revelación del atormentado Mariano.
- No, José Luis... sí fuera eso... No - y Mariano miró directamente a los ojos a su amigo. Una lágrima rodaba por su mejilla - No - repitió - El niño quiere ser auditor.
jueves, 30 de mayo de 2019
Qué, ¿de viaje, verdad?
Esa pregunta se podría responder con un monosílabo, y ahí se acabaría el problema, pero queda feo, y por no ofender, muchas veces se inicia una conversación no necesariamente deseada.
Yo caí en esa trampa hace algunos días, cuando volvía a casa tras unas auditorías.
- "¿Qué, de viaje, verdad? - me pregunta un vecino al que no veía desde hacía tiempo, al verme llegar con mi maleta.
- Sí - respondí, sin más.
En unas décimas de segundo pensé que quizás había sido un poco brusco y que debía añadir algo más porque al fin y al cabo, me había preguntado cordialmente, así que tras esa incómoda pausa en la que seguro que el buen hombre tuvo la duda de si yo era un tipo desagradable o no, continué.
- Vuelvo. He estado tres días fuera.
Me sentí satisfecho con mi respuesta. Era más que una simple afirmación y daba algo de información, pero no revelaba ningún tipo de secreto importante. Pensé que con eso daba por concluida la conversación. Craso error.
- Ah, bien. - dijo - ¿y has ido muy lejos? - volvió a preguntar.
En ese momento, había dos respuestas posibles:
"A ti que te importa" (pudiendo meter cualquier grosería entre el "qué" y el "te") o decir amistosamente la verdad.
Opté por la segunda.
- He estado en Viena y en Budapest - respondí-
- ¡Qué bonitos sitios! - exclamó - ¿de vacaciones?
Reconozco que la pregunta me cogió por sorpresa. Yo consideraba que siendo un día laborable en mitad de abril, viendo cómo iba vestido y teniendo en cuenta el tipo de maleta que llevaba, era evidente para cualquiera que tuviera dos ojos en la cara que no había estado de vacaciones, pero como la experiencia me ha demostrado que lo que es evidente para mí puede no serlo para los demás, de nuevo me guardé la ácida respuesta que se me venía a la boca, para decir simplemente:
- No, por trabajo.
- Ah, vaya. no es lo mismo, pero algo habrás visto, ¿no?
Me empezaba a incomodar tanto interés. Mis padres siempre me habían enseñado que no se habla con desconocidos, y aunque este era un vecino, no lo conocía lo suficiente como para considerarlo un amigo.
- Pues no, la verdad. No he tenido tiempo.
Con esto, pensé que quedaba zanjado el asunto, pero de nuevo me equivocaba.
- ¡Oh, no es posible. Deberías! con lo bonitas que son Praga y Budapest - se lamentó
De dónde había sacado Praga el muchacho, no lo sé. Esto cada vez se parecía más a un diálogo de besugos. No iba a decir nada más. Además., ese "deberías" me había sentado mal. Ya me hubiera gustado a mí, ¡no te fastidia!
- ¿Y a qué te dedicas? - continuó - Si me permites que te pregunte, claro.
No se lo había permitido, ciertamente, pero ya lo había preguntado. Así que de nuevo tenía que escoger entre ser grosero y no serlo, y de nuevo, esta vez con dudas, elegí la segunda opción.
- Hago auditorías - Concluí.
Con esto tenía que ser suficiente. El tema no daba para más, y yo quería llegar a casa de una vez. Pero no. Una vez que mencionas que haces auditorías, tienes que ampliarlo, como si tuvieras que justificarte. Algo así como si dices que asesinas ancianas al atardecer. Es algo que la gente no entiende muy bien, y tienes que explicarlo.
- Ah, parece interesante. ¿Y qué haces exactamente?¿Auditorías de cuentas y esas cosas? - preguntó, inevitablemente
Ahí decidí poner toda la carne en el asador, y explicarle lo que habían sido mis tres días anteriores con pelos y señales.
- No, ese es otro tipo de auditorías - le expliqué - las mías son diferentes. Mira, para que te hagas una idea: El domingo salí de casa a las cinco y media de la tarde, aparqué en el aeropuerto, pasé el control de seguridad, fui a la puerta de embarque y no esperé mucho porque mi vuelo salía a las siete. Durante el vuelo me preparé la lista de verificación de la primera auditoría, que en ese caso me la hacían a mí, pero también me dio tiempo a leer un poco y a comerme un bocadillo de esos de los aviones, que son muy caros y no están demasiado buenos. Cerca de las diez de la noche aterricé en Viena y salí del aeropuerto. Tomé un taxi que me llevó al hotel, que estaba a 34 km. A esa hora, no hay nada abierto en ese país, por lo que no había nada que hacer. Entre unas cosas y otras eran más las once, y no quedaba sino tomar una ducha para descansar del viaje, y meterme en la cama. Era más de medianoche. El lunes el móvil me sacó de la cama a las seis de la mañana. Ducha, desayuno y a las siete me esperaban para llevarme a la oficina para preparar la auditoría. A las nueve llegó el auditor, de la Autoridad de Aviación Civil de Austria, y estuvo preguntando cosas incómodas hasta poco más de las dos de la tarde. Afortunadamente, todo salió bien. Lo único cercano para comer era un restaurante oriental de esos de buffet libre. Todo sanísimo. Luego tenía que volver al centro de Viena, para coger el tren que me llevaba a Budapest, para la segunda auditoría. Una hora de coche y media hora de espera en el andén de la estación. Luego tres horas de tren hasta Budapest. Por supuesto, habia que responder las llamadas que tenía acumuladas de toda la mañana de auditoría. Las tres horas, entre conversación y conversación, pasaron volando, y a las siete y algo de la tarde me presenté en Budapest, ciudad en la que no había estado nunca antes. Miré en el móvil dónde caía el hotel, y según Google Maps, se tardaba media hora andando. Estaba harto de coche y tren, y como no hacía mala temperatura, fui andando al hotel. Hubiera estado mejor decir "paseando", pero con la maleta a rastras, y que iba con la hora pegada, lo más acertado es decir que "anduve rápido". Eran poco más de las ocho de la tarde cuando llegué a la Recepción del Hotel. Allí, el individuo que estaba tras el mostrador y que no olvidaré que se llamaba Mohammed Salah, como el futbolista, pero en lento. no parecía tener ninguna prisa. Tardó fácilmente 15 minutos en gestionar la reserva de los surcoreanos a los que estaba atendiendo, y otros 15 en gestionar la mía, y eso que estaba pagada por la empresa, pero finalmente conseguí la llave. Subí a la habitación, me duché, me cambié de ropa y bajé de nuevo. Tardé otros diez minutos en conseguir que el amigo Mohammed me pidiera un taxi para volver al aeropuerto, porque una vez allí, me esperaba mi compañero para la auditoría, que esta vez hacía yo. De nuevo control de seguridad. Diez minutos porque los zapatos pitaban en el arco, pero finalmente accedimos a las oficinas. Cerca de las diez de la noche. La auditoría transcurrió entre herramientas calibrables, inventarios, productos inflamables y registros de mantenimiento de aeronaves, como siempre, y cuando ya no era capaz de distinguir un torquímetro de una rueda, decidí que continuaríamos al día siguiente. En eso, me acordé de que no había comido desde el restaurante chino de Austria, pero a esas horas, cerca de la una y media de la mañana, lo único que había abierto era un McDonalds, y gracias. Eran las dos y media de la mañana cuando mi compañero me dejó en el hotel. Me dormí inmediatamente, y el martes a las siete, el despertador (mi móvil) me dio a entender que ya era suficiente. De nuevo ducha, desayuno y check out. Menos mal que Mohammed había terminado su turno, porque si no, seguiría todavía allí. Pedí un taxi para ir al aeropuerto, donde había quedado con mi compañero para terminar la auditoría del día anterior. Eran alrededor de las ocho y media de la mañana. De nuevo control de seguridad, pero esta vez me quité los zapatos y me ahorré ocho minutos. Luego seguimos con la auditoría de las instalaciones y la del avión. Terminamos sobre la una y media. Por fin, daba tiempo a comer como las personas. Pero no mucho. A las cuatro salía el vuelo hacia Frankfurt. Allí una hora de escala y finalmente el vuelo a Madrid... Y aquí estoy, concluí. ¿Comprendes ahora por qué no me ha dado tiempo a ver nada de las preciosas ciudades de Viena y Budapest?
- Oh, vaya - fue lo único que acertó a decir tras la chapa que le había dado - te dejo, que querrás descansar.
- Bueno, pues hasta mañana - me despedí.
Y ahí terminó todo. Algo en mi interior me dice que no será la última vez que tenga que contarle mi vida a alguien. Pero no a ese vecino en particular, que desde aquel día, yo creo que me evita.
jueves, 21 de marzo de 2019
El Auditor me tiene manía
martes, 29 de enero de 2019
¿Cómo te explico yo de qué va esto?
Un día cualquiera de hace algunos años, cuando mi hijo mayor tenía poco más de tres lo recojo de la guardería, lo siento en el coche y como tantas otras veces le pregunto:
-"¿qué tal hoy? ¿te lo has pasado bien?
- Sí."
No esperaba ni una respuesta diferente, ni muchos más detalles. Era un día totalmente normal.
-"¿y qué has hecho hoy? - continué con el "interrogatorio" habitual.
- Nos han preguntado por los trabajos de papá y mamá" - dijo, para mi sorpresa, saliéndose de las respuestas habituales "nada" y "no me acuerdo"
Por algún motivo que desconozco, es costumbre que al menos una vez al año, en las guarderías pregunten a los niños en edad preescolar por los trabajos de sus padres. Las respuestas, como no puede ser de otra manera, están llenas de inocencia llegando en ocasiones a ser divertidas, por lo que estaba interesado en saber qué había dicho él, sobre todo teniendo en cuenta que en casa se habla poco del trabajo y que si tengo algo de trabajo que hacer en casa, prefiero hacerlo por la noche cuando todos se han dormido.
- "Muy bien ¿y tú qué has dicho? - me interesé.
- Nada, porque no te he visto trabajar nunca..." - dijo sin más.
Ante tan duras declaraciones pensé que era necesario aclarar algunos conceptos.
La primera dificultad iba a ser ponerle nombre al trabajo. Los niños de tres años saben lo que es un bombero, un policía, un taxista o un cocinero, por ejemplo, y un médico o un jardinero no les son desconocidos. Dentro del sector de la aviación, los trabajos de piloto o de mecánico son fáciles de explicar. Casi todas esas profesiones u oficios aparecen a menudo en los cuentos o en los dibujos animados de la tele. Pero ¿cuántos ingenieros salen en esos cuentos y en esos dibujos? Y lo que es más terrible... ¿cuántos auditores son protagonistas de las historias infantiles?
Ante este desolador panorama, decido contarle brevemente lo que hago, por si en algún momento le vuelven a preguntar.
- "Pues mira - empiezo mi explicación con bastante poco convencimiento - tú sabes que los juguetes suelen tener instrucciones, ¿verdad?
- Sí, ¡como el juego de los aros que tengo en casa! - Contestó con una sonrisa
- Eso es. Y las instrucciones te dicen cuál es la manera correcta de utilizar el juguete. ¿no?
- Sí - dijo esta vez dejando entrever cierta duda.
- Yo no trabajo con juguetes, sino con aviones, y otra mucha gente a mí alrededor trabaja también con los mismos aviones. Cada uno de esos trabajos tiene instrucciones y el mío consiste en que si alguien no sigue las instrucciones, se lo digo para que a partir de ese momento lo haga. A eso se le llama ser auditor. ¿Qué te parece? - mientras decía esto yo veía en su cara que no era lo que esperaba...
- Vale. Eso quiere decir que le dices a la gente cómo tiene que jugar a trabajar. - concluyó.
- Bueno. No es del todo eso, pero es algo así - finalicé la explicación con una pequeña sonrisa.
En aquel momento pensé que no me había salido del todo mal, y que el niño, mal que bien, lo había entendido. Ahí quedó la cosa, y ni él volvió a preguntar, ni yo volví a sacar el tema.
Al cabo de un tiempo, no sé cuánto, la situación se repitió.
- "¿qué tal hoy?
- me han preguntado en qué trabajáis mamá y tú.
- Muy bien. Y que has dicho de mi trabajo - pregunté con cierta curiosidad por saber qué había quedado de aquella conversación que tuvimos tiempo atrás.
- Que le pones los asientos a los aviones" - dijo todo serio, como quien dice una verdad como un templo y está convencido de ella.
Yo me quedé sin palabras. Desconozco el momento en el que todo se torció, y no tengo ni idea de cómo los asientos del avión llegaron a la imaginación de mi hijo. Pero reconozco que me reí.
viernes, 30 de noviembre de 2018
Así puede cambiar la Ley de Protección de Datos tu forma de hacer auditorías
La ley de protección de datos ha llegado a todos los ámbitos, y las auditorías no podían ser menos.
Veamos: Una auditoría es, según ISO 19011 como un "proceso sistemático, independiente y documentado para obtener evidencias objetivas y evaluarlas objetivamente con el fin de determinar el grado en que se cumplen los criterios de auditoría", y esas "evidencias objetivas" se definen como "Registros, declaraciones de hechos o cualquier otra información que sea pertinente para los criterios de auditoría y que son verificables". Hasta ahora, cuando ibas a auditar a otra empresa, un proveedor por ejemplo, podías encontrarte en una situación en la que pedirías la lista de personal, y con tu perverso dedo (puedes ver una pequeña reflexión sobre dedos y perversidades pinchando aquí) una o varias personas de las que solicitar los correspondientes registros. La conversación podría ser algo así:
- "Bien, vamos a ver ahora el cumplimiento de vuestro personal de mantenimiento con el Plan de Formación publicado. Por favor, muéstrame la lista de todas las personas que pertenezcan al departamento de Mantenimiento- pides educadamente.
- Sin problemas. Aquí está
- Perfecto. Por favor enséñame los registros de formación de [Nombre1] y [Nombre2] - dices, señalando dos nombres al azar
- Estos son. Aquí están todos los certificados de los cursos - El auditado responde sin pestañear
- Vale. No encuentro ningún registro del curso de [Título del Curso] para [Nombre2]. ¿No lo ha hecho, o es que el certificado se ha traspapelado? - Lo dices con total tranquilidad, pero en tu interior sabes que esta vez es posible que hayas mordido una buena presa. Miras la cara del auditado, y una sombra de terror casi imperceptible se asoma a sus ojos.
- Tiene que estar. ahora te lo buscamos - responde con un sutil temblor en la voz, mientras agarra el móvil, marca una extensión y le dice, con mal disimulada intranquilidad a quien está al otro lado - Oye, mira a ver dónde está el certificado de [Título del Curso] de [Nombre2] que no está en la carpeta donde debería estar y lo está pidiendo el auditor. Tiene que estar en algún sitio, porque seguro que lo ha hecho. Tráemelo en cuanto lo tengas. Es urgente. Luego se vuelve hacia ti, y con la más absoluta calma, comenta: Ahora nos lo traen. Se ha debido traspapelar".
Pero no. No te lo traen. No está, y no queda más remedio que abrir una No Conformidad que redactas más o menos así:
"No se encuentra evidencia del certificado de [Título del Curso] para [Nombre2], tal y como requiere el plan de Formación Revisón xx de [Fecha] en vigor en el momento de la auditoría"
Ahora, con la excusa de la Ley de protección de datos, la cosa podría ser más o menos así:
- "Bien, vamos a ver ahora el cumplimiento de vuestro personal de mantenimiento con el Plan de Formación publicado. Por favor, muéstrame la lista de todas las personas que pertenezcan al departamento de Mantenimiento- pides educadamente.
- Verás, el Plan de Formación que tenemos no está publicado, porque contiene algunos datos personales. No te puedo enseñar más que la introducción, en la que decimos básicamente que nuestro personal está formado - te responde el auditado mirándote a los ojos.
- Bueno, justamente lo que necesito es comprobar que eso se cumple. Por favor, muéstrame la lista de todas las personas que pertenezcan al departamento de Mantenimiento - Algo en tu cabeza te dice que la cosa hoy va a ser complicadilla.
- Es que la lista de personal no la puedes ver, porque están los nombres de los trabajadores, y eso es información personal - el auditado se siente fuerte al decirte esto, pero tirando de imaginación le dices, señalando a dos personas que están trabajando por allí,
- No pasa nada. ¿Esas dos personas tienen las mismas funciones? - Preguntas despacio, aunque en realidad estás a punto de asesinar cruelmente al auditado, y sólo te contienes porque eso sería muy feo.
- Sí. Son las dos de mantenimiento y tienen la misma categoría. - Te responde sin entender muy bien.
- Muy bien. Por favor muéstrame los registros de formación de esas dos personas.
El auditado busca esos registros que le has pedido, los observa poniendo ostensiblemente la mano delante para que tú no lo puedas ver y te dice:
- Aquí están, pero no te los puedo enseñar, porque vienen los nombres, y en algunos casos, el número de DNI y la fecha de nacimiento. Y ya sabes,...
- Si - interrumpes con más frialdad en la voz de la que sería profesionalmente deseable - son datos personales protegidos y todo eso.
- Veo que me entiendes - te dice sin más.
La cosa se pone difícil de verdad, pero no cejas en tu empeño.
- ¿Cuántos certificados hay? - preguntas de improviso, sin dar tiempo de reacción al auditado
- Pueeees, cinco para uno y cuatro para el otro - observa el auditado con terror en su mirada
- ¿Y por qué no son cinco y cinco? - te relames
- Déjame ver, alguno se ha debido traspapelar. Voy a preguntar.
Y dicho esto, agarra el móvil, marca una extensión y le dice, con mal disimulada intranquilidad a quien está al otro lado
- Oye, mira a ver dónde está el certificado de... - De repente se da cuenta de que estás allí, baja la voz, se da la vuelta, se aleja unos pasos y dice algo que no puedes oír, pero que te imaginas. Luego se vuelve hacia ti, y con la más absoluta calma, comenta: Ahora nos lo traen. Se ha debido traspapelar".
Pero no. No te lo traen. No está, y no queda más remedio que abrir una No Conformidad que tras pensarla durante una eternidad, redactas así.
"Dos personas con misma categoría mismas funciones tienen distinto número de certificados de formación. Dado que no se muestran evidencias de que el Plan de Formación sea diferente para diferentes personas que trabajan en los mismo, se evidencia que una de ellas ha recibido algún curso de formación menos del que debería, en el momento de la auditoría".
Esto parece exagerado y seguramente lo sea, pero siempre puedes ir a una isla, más o menos lejana, y darte cuenta de que esto también te puede pasar a ti. Hay auditados en las islas. A ellos va dedicado este cuento.
viernes, 23 de febrero de 2018
Que quiero pagar la cuenta, ¡se lo juro!
Si el hecho de comer en determinados sitios ya puede resultar una aventura, por no estar familiarizados con las especialidades locales, o simplemente por no ser capaces de descifrar la carta en el idioma del lugar, el inevitable acto de pagar la cuenta puede a su vez depararnos algunas sorpresas. Uno siempre piensa que pagar por lo que has comido, por ser algo universal, es algo que trasciende al país, al idioma, a la cultura, y a todo. Nada más lejos de la realidad. A pesar de que pagar la cuenta es una práctica estándar, existen infinitos procedimientos.
Pagar, al final he pagado en todas partes. Faltaría más. Pero algunas veces me han pasado cosas interesantes.
En Dubai, junto con la comida nos trajeron la cuenta y un sonriente camarero (de la India generalmente) esperó de pie junto a la mesa, pacientemente, hasta que pagamos. Luego se fue, y me quedé con la sensación de que me había tomado por un delincuente en potencia que le iba a hacer un "simpa" a las primeras de cambio. Para completar el trauma, después pedimos el postre, y ocurrió lo mismo. No contentos con ello, al traernos la segunda cuenta, del postre, nos dimos cuenta de que no habíamos pedido los cafés, con lo que al final nos encontramos con tres facturas para la misma comida, algo que tuve que explicar convenientemente al de contabilidad, que pensaba, él también, que yo era un delincuente en potencia que quería colarle más gasto del éticamente permitido.
En Rumanía pagué al final, todo junto, y no me dieron más que un ticket. Como ese gasto corría por mi cuenta y no tenía que justificarlo a la empresa, opté por dejar el ticket allí... Grave incorrección.
Una de las camareras, después de decirme algo que no entendí, una vez que me dí la vuelta para irme, salió literalmente corriendo detrás de mí, y me siguió hasta fuera del local para entregarme el ticket. No entendí muy bien por qué lo había hecho, y el ticket acabó en la papelera de la recepción del hotel, sin mayor remordimiento por mi parte. Espero que en el improbable caso de que aquella muchacha lea esto, y en el más improbable caso de que se acuerde del suceso, no se ofenda. Luego me enteré de que allí rige una curiosa ley, prevista, supongo, para evitar el fraude en la declaración de impuestos: Si el establecimiento no emite una factura (Creo que lo llaman "Bon fiscal"), el cliente tiene derecho a no pagar. Así, casi parece más importante que el cliente se lleve el papelito a que pague, aunque una cosa lleve a la otra. Y te persiguen... vaya si te persiguen... Debe haber mucho delincuente en potencia que denuncia a los establecimientos a pesar de que hayan cumplido correctamente con la ley.
También conseguí que me persiguieran en Estados Unidos. El problema en ese caso es que pagué lo que ponía el ticket, y no dejé propina. Un tipo se me acercó, se presentó como el gerente del establecimiento, y muy educadamente me preguntó si estaba molesto u ofendido por algo, o si no me habían tratado bien. Le dije que no, que la atención había sido correcta y que no tenía quejas. En ese momento me puso cara de confusión, y me preguntó, directamente
- Entonces, ¿por qué no ha dejado propina?
Yo, que no soy de callarme en esos casos, le respondí la verdad.
- Porque la comida, para lo que ha sido, me ha parecido demasiado cara.
Sin cambiar el gesto, el supuesto gerente replicó
- Eso no tiene que ver con la atención. La propina es para la camarera, y si no le da propina, no cobra.
Desconozco si eso era verdad o no, pero el caso es que por no discutir, le dejé una propina que espero que le llegara íntegra a la chica que me atendió (Yo también soy libre de pensar que el otro es un delincuente en potencia que se va a llevar el dinero destinado a la otra persona).
El último caso curioso (de hoy) me ocurrió en Bulgaria. Éramos cuatro personas, y cada cual se iba a pagar lo suyo, así que cuando trajeron la cuenta, sacamos cada uno nuestra tarjeta de crédito. Al ver que pagábamos por separado, el camarero puso cara de fastidio, se fue sin dar explicaciones (que igual no habríamos entendido) y volvió con cuatro tickets de importes iguales, cada uno, al cuarto del total. Cuando le dijimos que cada cual pagaría sólo lo que había consumido, y que por lo tanto no hacían falta cuatro tickets iguales, nos dijo que:
- No se puede. el Jefe sólo me deja dividir la cuenta en partes iguales.
No nos esperábamos eso, así que tras calcular rápidamente lo que cada uno tenía que pagar, acordamos entre nosotros que uno solo pagara todo, y los demás ajustarían cuentas con él después.
- Bueno, le dijimos entre español, inglés y gestos, entonces cóbrate todo de esta tarjeta.
Al hombre se le cayó el alma a los pies. Más o menos nos vino a decir algo así como:
- Si ahora vais a pagar todo junto, tengo que ir a por otro ticket, porque el de antes ya lo he roto.
- Que no, que no pasa nada, que yo me quedo con los cuatro tickets, le dije por acabar el asunto y que no tuviera que ir de nuevo a la caja a hacer el trámite.
- No se puede, el Jefe no permite cobrar más que lo que dice un ticket.
El Jefe en cuestión empezaba a parecerme un tipo cansino.
- Y cobrar los cuatro tickets, uno a uno, con la misma tarjeta, ¿Puedes? ¿O tampoco?
- Eso sí puedo, dijo para mi sorpresa.
- Pues dale. Por fin parecía que habíamos llegado al final de este espinoso asunto.
Pero no. Mi tarjeta no funcionó. Quizás porque estaba en Bulgaria, o porque no había cobertura del datáfono, pero no funcionó, y el pago lo tuvo que hacer otro.
Y de nuevo se me quedó la horrible sensación de que alguno pensaba que yo era un delincuente en potencia que no quería pagar la cuenta.
Ajusté cuentas en Madrid, al volver, y pagué todo lo que debía. Por si alguno todavía estaba pensando algo de delincuentes en potencia.