miércoles, 16 de septiembre de 2020

Por qué los auditores vivimos más y mejor que otras personas

 Algunas cualidades se les suponen a algunas personas: A los jueces, por ejemplo, la imparcialidad y a los militares, el valor. Y a los auditores... ¿Qué se les supone a los auditores? Pues, por supuesto, el respeto de las normas y las buenas prácticas. Así, un auditor digno de llamarse tal, seguirá todas las sabias recomendaciones que harán su vida larga, saludable y feliz.

Definitivamente, parece mucho mejor ser auditor que juez, o militar, pues mientras que a los jueces les podrá el estrés de tomar una decisión que no dejará contentos a todos, y a los militares su valor les hará poner la vida en peligro, porque la misión lo exige, los auditores vivirán de acuerdo con las mejores prácticas diseñadas y explicadas por los mejores médicos, psicólogos, nutricionistas, fisioterapeutas y periodistas del corazón.

Lo primero que tenemos que hacer para comprender esa realidad es tener en mente un número. Concretamente, el producto de la quinta potencia de dos por el cuadrado de tres y por cinco. Esa sencilla operación nos da como resultado el número mil cuatrocientos cuarenta, que a pesar de ser menos conocido que el número pi, es infinitamente más importante, puesto que rige nuestra vida desde que nacemos hasta que volvemos al polvo. Mil cuatrocientos cuarenta son los minutos que vivimos cada día. Ni uno más, ni uno menos. Entonces, ¿Cómo debemos vivir esos minutos? Un auditor lo tendrá claro: Siguiendo las normas y poniendo en ejercicio las Buenas Prácticas, obviamente. Porque ¿Qué es la vida sino el proceso personal de utilización del tiempo?

Veamos una por una las buenas prácticas a las que me refiero:

Empecemos por el principio. Nada mejor que un sueño reparador para afrontar el día con energías suficientes. Se dice que se debe dormir entre siete y ocho horas todos los días, y teniendo en cuenta que la vida del auditor es muy esforzada, en nuestro caso consideraremos como válido el dato de ocho horas de descanso. Eso son cuatrocientos ochenta minutos, muy bien invertidos. Luego, es sabido que durante el sueño la respiración se hace más lenta y profunda, y el corazón late más despacio, por lo que para ayudar a restablecer el tono muscular y la circulación sanguínea, una buena práctica es hacer unos minutos de estiramientos y ejercicio de baja intensidad. Eso suma quince minutos más.

Una vez perfectamente despiertos y con los músculos a punto, hay que cuidar la higiene personal. Una ducha es obligatoria, que con las buenas prácticas que consisten en los cuidados de la cara, y el secado del pelo para no coger frío, y de los pies, para no coger hongos, nos debería consumir, si lo hemos hecho bien, al menos treinta minutos.

Descansados y limpios, el siguiente paso es el desayuno. La comida más importante del día, según los nutricionistas más afamados. Por lo tanto, nada de un café y ya. Hay que hacer un desayuno equilibrado, que nos permita aguantar hasta la hora del almuerzo. Porque, no lo olvidemos, la recomendación inequívoca es que hay que comer cinco veces al día. Así se engorda menos, y se vive más tiempo. En resumidas cuentas, un buen desayuno puede incluir, por ejemplo, un café, una tostada con aceite, una pieza de fruta, cereales, quizás un huevo, y algo de proteínas. Más o menos lo que dicen que comen los ingleses, pero con fruta. Y todo eso, comiéndolo sentado y masticando hasta veinte veces cada bocado, para que nuestro estómago no segregue tantos ácidos que nos pueden complicar la salud. Todo eso puede consumir, asumiendo que no estamos de auditoria en un hotel, sino que tenemos que prepararlo nosotros, al menos media hora, o lo que es lo mismo, treinta minutos.

Una ve terminado el desayuno, la buena educación dicta que hay que recoger la vajilla y cubiertos que se hayan manchado, y bien lavarlos o meterlos en el lavavajillas para que la máquina haga nuestro trabajo. En cualquier caso, dejarlo todo desordenado es algo incorrecto, que se supone que un buen auditor no debería hacer nunca. A eso se dedican cinco minutos. Y cinco minutos más para un lavado de dientes, que siguiendo las recomendaciones de los dentistas que salen en la tele, debe incluir al menos dos minutos de cepillado, seda dental y enjuague bucal.

Por fin, estamos listos para ir al trabajo, pero lo encararemos con alegría, pues hemos hecho todo como se debe. El tiempo invertido en ir al trabajo varía de una persona a otra. Pondremos aquí un valor aproximado de treinta minutos para llegar. Durante el trayecto, es una buena práctica leer algún libro de algún autor clásico, si se utiliza el transporte público, o escuchar música si se utiliza el vehículo propio. Eso, según los especialistas, estimula el cerebro, que siempre es bueno.

El trabajo debe durar ocho horas, no porque sea una buena práctica, sino porque es la legislación vigente, y los auditores, lógicamente, tenemos que respetarla. Conviene, no obstante, no hacer las ocho horas seguidas, más que nada porque hay que comer entre medias. Aquí no tenemos en cuenta el bocadillo de las 11 de la mañana, porque ese tiempo suele estar considerado dentro de las horas de trabajo. No así la comida de mediodía, que esa va aparte y la debemos considerar por separado. En esa comida, que conviene que se haga sentado, con calma, y como se dijo antes, masticando hasta veinte veces cada bocado, debe ir seguida de un período de descanso. No me refiero a una siesta propiamente dicha, que aunque deseable no es factible, pero sí a unos minutos de "no hacer nada", para facilitar la digestión. Eso, unido al hecho de que normalmente hay que ir a algún sitio a comer, y volver de él, nos consumirá una hora. Después de comer, el lavado de dientes según las recomendaciones nos debería tomar otros cinco minutos.

Al final de la jornada laboral, en la que el auditor habrá auditado, que para eso está, hay que volver a casa, para lo que, si a la ida dijimos que se necesitaban treinta minutos, a la vuelta haremos la misma estimación.

Llegados a casa, lo primero que debemos hacer es la cuarta comida de las cinco recomendadas. No hay que olvidar la pieza de fruta (o las dos piezas, en el caso de que no se haya tomado ninguna a las 11 de la mañana) y aquello de masticar veinte veces. Después de merendar, la higiene bucal vuelve a ser necesaria, porque un auditor con los dientes cariados o directamente sin dientes, es menos creíble. En preparar la merienda se nos van otros quince minutos, más cinco del cepillado dental.

A esas horas, ya no hace tanto calor, y se hace necesario un poco de deporte, para mantener el corazón en forma después de tantas horas de trabajo. Como tampoco necesitamos que el auditor sea un deportista de élite, con cincuenta minutos de deporte bastaría. Vale cualquier práctica deportiva que nos guste. En eso, los entrenadores personales y otros expertos en general dan libertad, siempre que la carga física esté adaptada a las capacidades de cada cual.

Y tras el deporte, obviamente, hay que ducharse. No existe ningún motivo para que esta ducha sea menos cuidadosa que la de la mañana, aunque si no hay que volver a salir de casa, nos podemos ahorrar algunos cuidados faciales. Con veinticinco minutos debería ser suficiente.

Estamos llegando ya al final del día, y no podemos dejar de cumplir aquellas recomendaciones que son buenas para nosotros. Está más o menos demostrado que unos minutos de meditación, de introspección, son necesarios para alcanzar un estado de equilibrio con el universo. Es buena práctica pues, que el auditor dedique al menos media hora cada día al mindfulness, o a cualquier otro método de meditación que sea de su agrado, y le proporcione bienestar espiritual.

Hasta ahora, hemos seguido las reglas y recomendaciones que nos hacen crecer como individuos, pero no podemos olvidar que vivimos en sociedad, y que estamos rodeados de otros individuos a los que les ocurren cosas, y que viven en paralelo a nosotros. Qué menos que dedicar una hora a conocer qué pasa por el mundo. Dicen los sociólogos, que para poder formarse una opinión fundamentada de las cosas no hay que beber de una sola fuente, sino de muchas. Por ello, el auditor debe leer todos los días tres o cuatro periódicos diferentes para poder luego discernir entre el sesgo que inevitablemente tiene cada medio de comunicación. Eso engrandece el espíritu, además de permitir hablar de la actualidad con los compañeros del trabajo, fomentando así las relaciones sociales, tan necesarias en nuestro mundo actual.

Y ya, por último, sólo queda la quinta y última comida del día. La cena. Y de nuevo siguiendo las recomendaciones de los nutricionistas, conviene que no sea demasiado pesada. Entre la preparación, las veinte veces que hay que masticar cada bocado y la recogida de los platos sucios, se nos va a ir una hora, y como hay que lavarse bien la boca después de comer, se nos van otros cinco minutos.

Llegados a este punto, conviene no tirar por tierra todo el esfuerzo realizado hasta ahora en cumplir las buenas prácticas, y es muy malo para el organismo irse a dormir con el estómago lleno, nada más cenar. Se recomienda esperar al menos media hora antes de irse a la cama. En ese tiempo, no se recomienda ver pantallas, porque quitan el sueño, pero sí leer un libro. Es el momento de terminar ese clásico que teníamos a medias cuando íbamos y volvíamos al trabajo, o hacer cualquier otra actividad relajante que no moleste a los vecinos.

Y con eso, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que hemos tenido un día perfecto, en el que hemos seguido todas las recomendaciones, y hemos cumplido con todas las buenas prácticas que harán que tengamos una vida larga y feliz. 

Y además, hemos dado ejemplo, que para eso somos auditores.

lunes, 25 de mayo de 2020

Así serán las auditorías después del COVID-19 (o no)

Habían pasado casi tres meses desde la última vez que participé en una auditoría "como es debido". Causas de fuerza mayor de todos conocidas habían obligado a todos en general y a los auditores en particular a adaptarse a toda prisa a la nueva realidad mundial. Una realidad que impedía cualquier relación entre humanos que no convivieran en el mismo domicilio a menos que se pudiera guardar una distancia prudencial entre ellos. En esa situación, que había pillado con el pie cambiado incluso a aquellos que tenían la obligación de estar atentos, las auditorías se aplazaron, creyendo tal vez las noticias de televisión que decían que esto era como una gripe y que habría sólo algún caso aislado. Luego, según iba pasando el tiempo y aumentaba la tragedia, las noticias cambiaban, y ante la incertidumbre de cómo evolucionaría la situación más adelante, se descartaron más aplazamientos y se empezaron a utilizar herramientas que tres meses antes habían sido consideradas insuficientes y casi casi inaceptables. Así, se convirtió en normal la auditoría por videoconferencia, en la que las evidencias de lo observado eran "pantallazos", fotografías y documentos que el auditado enviaba al auditor, o grabaciones, cuando estaban acordadas por todos los participantes por aquello de la Ley de Protección de Datos. Demasiada ventaja para el auditado, aparte de ser bastante aburrido.

Afortunadamente, el mundo recuperó poco a poco el ritmo de vida anterior para entrar en lo que se empezó a llamar "nueva normalidad", que no era sino una expresión eufemística para decir que nada iba a ser como antes, y que nos olvidáramos de muchas costumbres anteriores. En ese nuevo orden de cosas, las auditorías también volvieron, pero como todo, fiueron "de otra manera" a la que hubo que acostumbrarse.

Aún recuerdo mi primera auditoría tras la peor pandemia de los últimos cinco siglos. Fue a un proveedor de servicios de mantenimiento de aeronaves.

- Buenos días - dije al llegar.
- Buenos días, te estábamos esperando - me respondió mi interlocutor con un gesto de la cabeza, mientras me indicaba con la mano que pasara al interior y se apartaba dos pasos - Pasa al cambiador de recepción, por favor.

El llamado cambiador de recepción era un cubículo cuadrado fabricado con tres mamparas de los mismos materiales con los que se construyen los stands de las ferias. Recordaba a un cambiador de tienda de ropa, pero sin puerta ni cortinilla, y de ahí el nombre. Era de color blanco, y se veía claramente que lo habían puesto de forma provisional hasta que tuvieran algo más sólido y definitivo. No obstante, cumplía su función perfectamente. En el interior no había gran cosa: en una esquina una papelera, y en una de sus paredes un dispensador de gel hidroalcohólico, otro de guantes desechables y otro de mascarillas. Junto a ellos, un panel indicaba las instrucciones: "Como medida de higiene, deposite en la papelera sus guantes y su mascarilla, aplíquese el gel en las manos y tome unos guantes y una mascarilla del dispensador. Disculpe las molestias. Muchas gracias". Hice como se indicaba y me sorprendió ver una gran V en un lateral de la mascarilla que me acababa de poner.

- Sustituye a la antigua pegatina de visitante - me dijo mi anfitrión, adivinando lo que estaba pensando. Luego, me indicó que le siguiera.

Entramos por un camino marcado en el suelo con dos líneas paralelas amarillas hasta una sala de reuniones en la que había una gran mesa rectangular, con dos sillas, una en cada extremo del mismo lado largo. En el extremo opuesto, una gran pantalla de televisión mostraba un salvapantallas con el nombre de la empresa. La imagen provenía de un solitario portátil situado frente a una de las sillas. Nos sentamos cada uno en una silla (yo en la que no tenía ordenador) y me dispuse a comenzar mi auditoría.

El auditado fue mostrándome los documentos y registros que le iba pidiendo, sin novedad. Poco a poco iba respondiendo a mis preguntas, y se veía que controlaba la situación. En un determinado momento, cuando le pedí un cierto documento, me dijo.

- Eso te lo va a explicar mejor mi compañero, que es el que lleva ese tema. Espera, le aviso.

Y a continuación, puso el manos libres para que pudiéramos oírnos los tres.

- Hola, mira - dijo sin más preámbulo a quien contestó la llamada - estoy aquí en la auditoría. Tienes que explicar el proceso de compras de material, que te lo sabes mejor que yo.
- Vale, voy. ¿Dónde estáis? - respondió la voz al otro lado del teléfono.
- Sala 4 - dijo lacónicamente
- En esa sala no podemos estar tres. No guardaríamos la distancia. Entro por videoconferencia - comentó la voz.
- Venga, vale. Gracias - Dijo a modo de despedida.

A los treinta segundos, un mensaje en el ordenador avisaba de una videollamada entrante, que fue aceptada inmediatamente. En pantalla apareció un hombre de edad indefinible, que portaba una mascarilla reutilizable con el logo de la empresa. Nos presentamos y la auditoría pudo seguir sin mayor contratiempo. Todas las demás entrevistas de la auditoría se hicieron de la misma manera, ante la imposibilidad de recibir a más personas dentro de la sala. Todas ellas se conectaron por videoconferencia, compartieron en pantalla aquello que se les pidió, y enviaron por email las evidencias que fueron necesarias.

En el momento de la visita al hangar y los talleres, mi anfitrión me indicó que debíamos seguir el camino marcado, para garantizar la separación con el personal que trabajaba en la oficina. Así lo hicimos, hasta que llegamos al hangar. Una vez allí no teníamos ordenador para las videoconferencias, por lo que las entrevistas con el personal que estaba trabajando se hacía en determinados puntos marcados del camino frente a los que había unos círculos en los que se situaba el entrevistado, siempre a un par de metros de nosotros. Todo transcurrió con normalidad.

Al final, nos despedimos, y mi acompañante, siempre por el camino amarillo, me llevó hasta la salida. Al pasar de nuevo por la oficina me pareció ver a algunas de las personas con las que habíamos mantenido las videoconferencias, pero no podría asegurarlo, porque las mascarillas que llevaban, todas iguales con el logo de la empresa, me hacían dudar. Me quedé con las ganas de saludarlos, como se hacía algunos meses antes, pero no fue posible.

De vuelta al principio, en el cambiador de recepción, me quité la mascarilla con la V y los guantes que me habían dado, y después de darme gel en las manos me puse el equipo propio que llevaba de repuesto, me despedí con un gesto de cabeza, y me dirigí a mi coche pensando ya en el informe que tenía que escribir.

martes, 14 de enero de 2020

El teléfono estropeado

Es de sobra conocido que al final de cada auditoría tiene que haber un informe. En muchas ocasiones, este informe pasa por las siguientes etapas: Lo emite el auditor, se lo pasa al responsable auditado que lo transmite a algún mando intermedio para que trabaje sobre él y elabore las respuestas. Finalmente, ese mando intermedio comunica a su superior lo que ha hecho, y éste, por último, le manda al auditor las evidencias de cierre y las explicaciones pertinentes. Sobre el papel, es un proceso sencillo, pero a mí me recuerda a una historia que me contó mi padre, de cuando él estudiaba:

"Don Evaristo sentía pasión por la Historia desde que era Evaristo, sin el "don". Para él, lo más importante era siempre lo que ya había pasado, y la grandeza de las personas era directamente proporcional al tiempo que llevaban muertas. De él se comentaba que prefería leer los periódicos atrasados porque lo que contaban ya era historia. Tanta era su afición que cuando tuvo oportunidad estudió la carrera de Historia y Geografía, por supuesto, aunque él siempre omitiera eso de "y Geografía", que le parecía casi insultante. Don Evaristo sabía que con esa carrera no se iba a hacer rico, pero no le importaba, porque tenía el convencimiento de que hacer algo que le gustara era mucho más importante que pagar un alquiler, o comer todos los días, así que vivía humildemente con su sueldo de profesor de Historia en un colegio público, cargo que desempeñaba desde hacía años para intentar transmitir su vasto conocimiento a los numerosos niños que habían pasado por su aula.

La Historia es un hecho objetivo, como una auditoría - decía muchas veces a sus alumnos cuando alguno de ellos decía algún disparate, sin darse cuenta de que a pesar de que nunca ninguno preguntara, lo más probable es que ninguno de ellos supiera lo que era una auditoría - La Historia no es interpretable - continuaba - Los hechos son los que son, y es labor del historiador contarlos sin manipularlos, desde la más absoluta imparcialidad - Porque a Don Evaristo lo que verdaderamente le indignaba era ver como autoproclamados historiadores gastaban el dinero del contribuyente en pretendidos estudios cuya finalidad era reescribir la historia, no como fue, sino como el político de turno quisiera que hubiera sido. Para ilustrar este concepto de la manipulación histórica, Don Evaristo solía hacer un sencillo experimento en clase: llamaba al alumno que estuviera sentado más cerca del profesor, y muy despacio, al oído, le contaba algo relacionado con la lección que estuvieran viendo. Luego le pedía que se lo contara al siguiente, y éste al siguiente, y así hasta que todos hubieran oído la historia. Al último alumno le pedía que contara en voz alta lo que le habían transmitido y finalmente él volvía a contar la misma historia original. Con eso, quería enseñar a los niños que por muy sencilla que fuera una información, esta se manipulaba, voluntaria o involuntariamente, al ser transmitida de una persona a otra.



A ver, Romualdo, ven aqui. Te voy a contar una cosa, y la tienes que decir al siguiente, pero sin que la oigan los demás, y así, uno a otro vais pasando la información hasta el último - dijo esa mañana Don Evaristo, dispuesto a poner en práctica su experimento de manipulación - Mira, es muy sencillo: Isabel de Castilla se casó con Fernando de Aragón, uniendo así los dos reinos más importantes de la Península. Con la Toma de Granada, en 1492 se completó la unión de todos los Reinos, y se dio origen a lo que hoy conocemos como España - susurró muy despacio y con claridad al oído de Romualdo. Éste transmitió el mensaje a su siguiente compañero, y la cadena siguió durante unos minutos. Don Evaristo veía cómo los últimos alumnos se reían al escuchar lo que les decía su compañero, sin comprender muy bien qué tenía de divertido lo que acababa de contar.

Una vez que la información llegó al último alumno, Don Evaristo le pidió que contara lo que había oído. El niño se puso colorado, bajó la cabeza, y masculló:

- No creo que deba decírselo
- Sí hombre, no tengas vergüenza - le dijo el profesor
- No, de verdad, no creo que deba decírselo - insistió el niño, cada vez más nervioso
- Claro que debes decírmelo. Además, esto no es un examen. No se trata de que me digas lo correcto, sino lo que has oído. Ese es el interés de este juego -  dijo Don Evaristo con un tinte de apremio en su voz
- Pues, verá ... 
- ¿Sí? - inquirió el profesor
- Pues lo que me han dicho es que... - Se volvió a interrumpir el alumno
- ¿Lo dices ya o te castigo? - dijo Don Evaristo, que empezaba a estar muy enfadado
- Pues que usted es un hijo de ...- No pudo terminar la frase, porque el resto de niños prorrumpió en risas y carcajadas.

Don Evaristo encajó el golpe sin inmutarse. No era la primera vez que le ocurría algo así, y probablemente no sería la última. Gritó a su clase que guardara silencio y comentó:

- Lo veis, cambiar la historia siempre lleva a insultos y conflictos."

martes, 26 de noviembre de 2019

Visto para sentencia

A sus casi 60 años, el Honorable McIntyre estaba más que acostumbrado a lidiar con todo tipo de problemas empresariales. Por la Sala del Juzgado que presidía habían pasado, a lo largo de las últimas tres décadas innumerables casos. Tantos, que ya no se sorprendía por casi nada. El proceso era siempre el mismo: la acusación exponía la situación, y pedía penas desproporcionadas para los que consideraba culpables, la defensa daba razones que consideraba buenas y pedía la total absolución de los acusados. McIntyre los escuchaba a todos, pero sin mucha atención, porque todos los casos eran parecidos. Luego, tiraba de su portentosa memoria para dictar sentencias que cuadraran con la jurisprudencia conocida, aunque generalmente no satisfacían a ninguna de las partes. Y ya estaba. A otro caso.

Aquel viernes no era diferente. Una empresa había perdido a un cliente debido a la venta de un lote de productos defectuoso y se acusaba al Director de Planta y al Jefe de Fabricación de negligencia. Si se les declaraba culpables, estarían despedidos. McIntyre no tenía ni idea de qué productos eran esos y tampoco había oído hablar de la empresa en cuestión, pero en ese momento esas eran sus mínimas preocupaciones. Lo único que quería era terminar la sesión y largarse a su cabaña al lado del lago para pescar durante todo el fin de semana.

-¡En pie! - gritó un ordenanza de mandíbula cuadrada - ¡Entra en la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

Los acusados, los correspondientes abogados y una decena de asistentes ansiosos de morbo se levantaron al ver entrar al juez y se sentaron una vez que éste lo hizo.

- Se abre la sesión - dijo McIntyre con desgana - Por favor, que hable el letrado de la acusación.
- Con la venia, Señoría - El abogado de la acusación, un tipo alto y repeinado, comenzó a hablar con la seguridad de quien cree tener la razón absoluta - quiero exponer un caso que nos parece constitutivo de grave negligencia con resultado de defectos irreparables en los productos de la empresa, que han llevado a importantes pérdidas económicas y de imagen reputacional.

A McIntyre le cansaba ese lenguaje ampuloso propio de su profesión, pero estaba de acuerdo en que si el abogado hubiera dicho "Los acusados son una panda de vagos y nos han hecho perder un montón de pasta porque lo que han fabricado es una porquería" el público en general acabaría perdiendo el respeto a la Justicia.

- Prosiga, por favor. Sea breve y conciso, que no tenemos todo el día - Respondió el juez.
- Bien - continuó el abogado - El caso es que se ha puesto a la venta un lote de productos defectuosos. El cliente, uno de los mejores clientes de la empresa por cierto, lo ha devuelto y ha cancelado el contrato. El resultado es de unas pérdidas millonarias. Esto se ha producido por una grave negligencia de los acusados: El Director de Planta y el Jefe de Fabricación. No pueden seguir trabajando aquí, y esta acusación pide el despido inmediato.
- ¿Tiene la acusación pruebas? - inquirió el juez, con absoluto aburrimiento
- ¡Por supuesto! - contestó triunfante el abogado - Unas semanas antes del hecho, se llevó a cabo una auditoría interna. El auditor detectó graves fallos en los procesos y los plasmó en su informe - 
El abogado esgrimió con una amplia sonrisa un par de papeles y calándose unas gafas de pasta comenzó a leer: - "Se evidencia que los procesos de trabajo no están definidos en ningún procedimiento o documento similar. Adicionalmente, se evidencia la ausencia de algunas herramientas requeridas para la fabricación, y los planos utilizados están en un estado de revisión obsoleto."
- ¿Qué tiene que decir la defensa al respecto? - preguntó McIntyre no mucho más interesado que antes.
- Con la venia. - El abogado defensor era la antítesis de su colega de la otra parte. Era un tipo pequeñito, con ojillos maliciosos que se movían de un lado para otro detrás de unas finas gafas doradas. - Si bien es cierto que la auditoría interna detectó eso, ya se respondió a esa auditoría enviando unos comunicados internos al personal implicado. Todos dijeron que lo habían leído y entendido, por lo que dimos por cerrada esa cuestión. Pido la absolución de mis defendidos, porque ya tomaron acción respecto a los problemas detectados en esa supuesta auditoría interna. Si no tienen más pruebas que esa, como ven, es bastante endeble.

Tras decir esto, el abogado de la defensa volvió a su sitio. Uno de los acusados le pasó una pequeña nota doblada mientras le miraba a los ojos con un asentimiento. El abogado la leyó, e inmediatamente se puso en pie.

- Con permiso, Señoría, debo añadir que anteriormente se hicieron otras auditorías, y nunca se dijo nada de que los procesos de fabricación estuvieran mal, o que las herramientas o los manuales tuvieran algún problema.
- ¿Otras auditorías, dice? -Preguntó el juez levantando levemente una ceja - ¿Puede por favor ser más explícito?
- Sí - continuó el abogado defensor - hace un año nos visitó un cliente y su auditoría salió perfecta, sin observaciones. Y estuvo toda la mañana mirándolo todo. Y aún más, otro cliente diferente nos pidió copia de nuestros registros de fabricación y no objetó nada a lo que le dimos...
- ¿Algo que alegar por parte de la acusación? - interrumpió McIntyre, que veía que el caso se podía alargar más de lo que él juzgaba necesario.
- Bueno, las auditorías no lo detectan todo. Depende de la profundidad con que se hagan, y del conocimiento del auditor. Pero cuando se consiguen evidencias de un hecho, éste queda probado. Es una obviedad... - dijo con aplomo el letrado de la acusación - Además, los acusados ya conocían el problema. Hay un acta de reunión en la que se demuestra que estaban al corriente, además de que esto mismo ha sido dicho por otros empleados.

Un murmullo recorrió la sala. Los acusados se miraron con preocupación, y le pasaron una nota a su abogado. Éste se levantó como un resorte:

- Permítame que puntualice, Señoría, en que lo que ha detectado esa auditoría son problemas menores, y hacen perder mucho tiempo en resolverlos, cuando en realidad deberían dedicar tiempo y esfuerzo en resolver los problemas importantes, que son los que ponen en riesgo la continuidad de nuestros clientes.
- Y esos problemas importantes... ¿Los conocen? - preguntó el juez, esta vez sí, con cierto interés.
- Por supuesto, tienen que ver con todos los medios de fabricación: los planos, las herramientas, el personal, etc. Todo eso lo conocen, pero si pierden el tiempo respondiendo a las auditorías internas, no lo pueden resolver - dijo el abogado, erigiéndose en portavoz de la empresa.
- El caso entonces queda visto para sentencia - anunció McIntyre mirando su reloj con una cierta sombra de preocupación en su mirada.
-¡En pie! - gritó otra vez el mismo ordenanza de mandíbula cuadrada que había permanecido de pie todo el tiempo sin que nadie reparara en él - ¡Sale de la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

El juez salió unos minutos de la sala, no tanto porque necesitara meditar su sentencia, sino porque pensaba que esa breve pausa daba al juicio un dramatismo necesario. Por esa misma razón le pedía al ordenanza que gritara cada vez que entraba o salía.

-¡En pie! - gritó por tercera vez el ordenanza - ¡Entra en la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!
- En vista de los hechos probados - dijo McIntyre sin esperar a que los asistentes terminaran de sentarse - declaro a los acusados .... - Hizo una estudiada pausa que no necesitaba, con la excusa de beber un trago de una botella de plástico - ... Inocentes de los cargos de los que se les acusa.

Los asistentes comenzaron a mostrar su sorpresa y a murmurar entre ellos mientras los dos acusados sonreían abiertamente.

- ¡¡Silencio en la Sala!! - gritó McIntyre golpeando con su martillo - Como he dicho, los acusados quedan absueltos de toda culpa, pero vistas las evidencias aportadas por los dos letrados, declaro al auditor interno culpable de crear un alarmismo innecesario al haber escrito en su informe de auditoría cosas que ya eran conocidas. También lo declaro culpable de hacer perder el tiempo a los dos encausados, ahora absueltos, para tener que responder cosas que ya conocían. Y por último, declaro al auditor incompetente  para volver a realizar auditorías, por lo que tendrá que pasar por tres sesiones de formación, impartidas por los acusados, ahora absueltos, para que le enseñen cómo se deben hacer auditorías y qué se debe poner en los informes. ¡¡Caso cerrado!!
-¡En pie! - gritó por última vez el ordenanza - ¡Sale de la sala su Señoría el Honorable Doctor Gregory Ambrose McIntyre!

Los acusados, ahora absueltos, se fundieron en un abrazo, mientras el auditor, que había asistido como oyente, se acercó al abogado de la acusación con cara de angustia.

- ¿ y ahora, qué pasa conmigo? - le preguntó con un hilo de voz
- No sé - dijo el letrado con tranquilidad - supongo que te dirán lo que tienes que escribir la próxima vez para que esto no vuelva a suceder, y te harán invitar a café, por las molestias del juicio. Si vuelves a hacerlo mal, te despedirán.

Y mientras esto sucedía en la Sala, fuera de ella McIntyre estaba ya pensando en su fin de semana de pesca.



jueves, 26 de septiembre de 2019

Matar al auditor

Ser auditor es algo importante. Viene el auditor y te echas a temblar. Algo así como si el ojo que todo lo ve se abriera sobre ti para escrutar hasta el último secreto de tu alma. Sientes como si tus secretos más oscuros fueran a ser revelados y hechos públicos. Porque el auditor no sólo lo ve todo, sino que lo sabe todo, y lo comprende todo. A la primera y sin esfuerzo. Es imposible engañar al auditor.

Pero claro, todos tenemos algo que ocultar, y el hecho de que aparezca un auditor omnisciente puede romper reputaciones, eclipsar famas y hacer caer orgullos personales, y eso no puede ser. Algo hay que hacer, y se presentan únicamente dos opciones: Matar al auditor o tratar de comprarlo.

Lo primero supone un gran problema logístico. Quizás matar al auditor puede resultar fácil. Hay muchas maneras de matar a alguien que no se espera que lo vayan a mandar al otro barrio. No. El problema está en deshacerse del cuerpo porque por un lado no todo el mundo está dispuesto a llevar al fiambre a un lugar apartado e inaccesible, y por otro, a nadie le gusta tener un cadáver en la oficina. Se considera antihigiénico y con el tiempo genera malos olores. Además, es de suponer que en algún sitio ha quedado registrado que ese dia te iba a auditar precisamente a ti, y por lo tanto, si desaparece al ir a auditarte a ti, pasas a ser el primer sospechoso para la policía... Definitivamente, cargarse al auditor no es una opción, y por lo tanto hay que optar por la segunda medida: Comprarlo.

Todo el mundo tiene un precio. Lo dicen los mafiosos de las películas, y el cine nunca miente. Así que lo primero es saber el precio de tu auditor. Difícil asunto ese cuando no conoces lo suficiente a la persona. Además, ¿cómo lo haces? Queda feo llegar y decir de improviso:

- "Buenos días, ¿Qué quiere usted que le dé para que la auditoría salga bien?"

Conocer a una persona en los cinco minutos que dura una presentación formal de una auditoría requiere mucha práctica, sobre todo si pretendes que no se te note. Hay que saber si al auditor en cuestión le gusta comer en sitios caros, vestir ropa de marca, ir al fútbol, beber alcohol desmesuradamente o frecuentar compañías que su familia quizás no hubiera aprobado, y todo eso, sin preguntar directamente. Luego, con la información obtenida, hay que obrar sabiamente para introducir la "oferta" sin que le parezca al auditor que intentas sobornarlo utilizando el hilo de una conversación normal para obtener la información necesaria.

Se trata de esperar el momento, y siempre se llega al momento en el que el auditor pregunta por el estado de la formación del personal:

- "Bien, entonces, vamos a ver cómo está la formación del personal.
- La formación está perfectamente - se apresura a contestar el auditado - ¿Qué quiere ver?
- Empezaremos con el Plan de Formación. ¿Me lo puede enseñar, por favor?
- ¡Claro! pero hablando de planes, ¿Qué plan tiene para comer durante la auditoría? - aprovecha  para deslizar sutilmente el auditado
- Me vale cualquier cosa. También podemos no comer y terminar antes" - responde por sorpresa el auditor

Llegados a este punto, la situación se tambalea y al auditado le tiemblan las canillas. Si el auditor no come, si sigue hasta el final, no habrá manera de apartarlo de la oficina.

- "Sí, claro, podemos hacer eso, pero si se alarga la auditoría igual pasamos mucha hambre. Yo creo que podríamos comer algo rápido - Se rehace y prosigue, como si nada, aunque con un cierto tono de angustia en la voz - conozco un sitio aquí al lado donde se puede comer rápido y por buen precio."

Ahí está el quid de la cuestión. "Rápido y por buen precio". Dos argumentos que convencerán a cualquier auditor: Rápido para poder seguir y terminar el trabajo, y a buen precio, innecesario porque lo va a pagar el cliente siempre, pero muy útil para tranquilizar la conciencia que todos tenemos de no despilfarrar el dinero.

- "Estoy de acuerdo - dice el auditor mordiendo el anzuelo.
- Pues vamos cuando quieras" - dice aliviado el auditado, pasando al tuteo de forma inconsciente.

Y ahí se pone en marcha toda la escenografía previamente preparada. El trayecto en coche dura media hora para llegar a ese sitio "que está aquí al lado", y que resulta ser un pedazo de restaurante de los que tiene un patio interior decorado con una fuente ornamental que suelta un chorro de agua a quince metros de altura sobre la estatua de un caballito de mar mientras un cuarteto de cuerda ameniza la comida con sinfonías clásicas.

El auditor probablemente va a decir algo así como que no parece un sitio en el que "se coma rápido", y mucho menos "a buen precio", pero el lugar tiene muy buen aspecto, y a nadie le amarga el dulce de comer en un lugar al que sólo iría para celebrar la boda de otro, así que se calla y comienza a aceptar que se la han colado, y que va a tener serias dificultades en terminar la auditoría. No queda otra que disfrutar de la comida, el buen vino y la música del cuarteto de cuerda.

Tras una hora y media de comida y dos más de sobremesa, es el momento de volver a la oficina.

- Se nos ha hecho algo tarde - dice el auditado con una cara que disimula mal la sonrisa - ¿te falta mucho para terminar?
- No mucho. Ver un par de cosas y ya está. Terminamos rápidamente" - responde el auditor con cierta contrariedad.

Y así es. Tres preguntas más sobre los típicos temas de formación, registros documentales y auditorías internas, y se da por concluido el día, a falta de la reunión final, a la que asistirá el Director General.

- ¿qué tal la auditoría? - pregunta el Director General, mientras mira a su empleado
- Pues ahora lo sabremos - dice éste, señalando al auditor, que ya está preparado para la reunión.
- ¿Y qué tal te ha tratado mi gente? ¿Habéis podido comer algo?- pregunta ahora mirando al auditor.
- ¡Oh sí!, hemos ido a un sitio que estaba muy bien aquí al lado - responde el auditor marcando con cierto énfasis las tres últimas palabras.
- Vaya, me alegro. Pero ahora vamos a ver los resultados, que estaréis todos cansados - dice el Director General con cierto tono paternal.
- Muy bien -comienza el auditor - ante todo, gracias por vuestro tiempo. Ha sido una auditoría muy productiva en la que no se han visto cosas muy graves. Únicamente reseñables tres No Conformidades leves, tres observaciones, cuatro oportunidades de mejora y dos comentarios.

El Director General mira sorprendido al auditado que comprende que al día siguiente va a tener que dar unas pocas explicaciones. En particular, cuando le pidan justificar aquella frase de "no te preocupes, le llevo a comer al sitio ese bueno, y se ablanda y no me pone nada". El auditado está sumido en sus pensamientos pero de entre todos ellos, uno tiene más fuerza que los demás:

"La próxima vez, mato al auditor".

lunes, 29 de julio de 2019

La revelación

Mariano era un tipo optimista. Casi siempre se le veía con una sonrisa en los labios, y siempre tenía palabras amables para todas las personas con las que se cruzaba, las conociera o no. Tenía un trabajo que le gustaba y que le permitía ganar el suficiente dinero para vivir sin agobios y permitirse, cuando la ocasión lo requería, algún capricho. Su vida familiar era igual de tranquila: su esposa era tan encantadora como él, y los dos hijos de la pareja estaban acabando sus carreras universitarias con buenos resultados. En definitiva, a Mariano todo le iba bien y los que le conocían decían que irradiaba felicidad... incluso hasta el punto de dar un poco de envidia.
En los últimos días, sin embargo, se le veía paseando por la calle mirando al suelo, ensimismado en sus pensamientos. Hasta tal punto no miraba de frente, que en ocasiones se cruzaba con alguien y no le saludaba con su habitual sonrisa y su inconfundible y energético

- "¡Hola Fulano!, ¿cómo estás?"

Empezó a cundir la preocupación entre sus vecinos que veían a Mariano deambular por el barrio solo, cabizbajo, pensativo, y con cara triste. Era evidente que algo no iba bien, pero en las pocas conversaciones que mantenía, siempre que alguien le preguntaba cómo iba todo, Mariano respondía con un lacónico y desganado "todo bien". Estaba claro que mentía, pero nadie había podido sacarle ninguna información más. Todos habían intentado saber qué le pasaba a Mariano. Todos: El frutero, el vendedor de periódicos, la panadera... incluso el cura y la portera habían empleado sus habilidades  sin éxito. Siempre recibían la misma respuesta: "todo bien". 

Algo terrible debía de estar pasándole al pobre Mariano, que no decía nada, hasta que un día fue al bar y pidió un whisky con hielo. José Luis, el camarero, se alarmó, porque Mariano no era bebedor habitual, y nunca antes había pedido Whisky. Por lo menos, no en ese bar. Se lo sirvió con cautela.

- " Hola Mariano, ¿qué tal, como estás? - preguntó educadamente.
- Todo bien - respondió el atormentado Mariano sin levantar la mirada de la barra
- Vaya, me alegro - continuó el camarero con poca convicción - ¿Lucía, los niños, todo en orden?
- Todo bien - fue lo único que dijo Mariano, aún con la mirada fija en algún punto invisible, cercano a sus pies.
- Pues mira, Mariano - dijo José Luis con firmeza, armándose de valor y dispuesto a saber la verdad de una vez por todas - No te creo. Creo que algo no va bien, y me preocupa. Cuéntamelo, hombre, a ver si te puedo ayudar, que nos conocemos desde hace muchos años, y he visto crecer a tus chavales, que han jugado con los míos desde siempre. ¿Pasa algo con Lucía?
 - No, todo bien - dijo tristemente.
- ¿Con los niños entonces?" - insistió José Luis, que no se daba por vencido con las evasivas de su cliente y amigo.

Ante esta última pregunta, Mariano levantó los ojos. Los tenía rojos, como si estuviera intentando contener las lágrimas.

- "Si insistes... - dijo en un suspiro - Es el mayor. Sabes que acaba los estudios ahora en verano.
- ¿Tiene algún problema de salud? - preguntó con cierta preocupación el camarero
- No, eso, gracias a Dios está bien. No. Se trata de los estudios, y del trabajo que quiere - confesó al fin Mariano.
- Pero los estudios le van bien ¿no? No tendrá problema en encontrar un buen trabajo en poco tiempo - interrumpió José Luis.
- Pues ese es el problema - dijo Mariano con una sombra de dolor en la mirada - Me dice que quiere un trabajo que sirva para algo, para orientar a los demás en lo que hacen, para que la gente entienda las cosas que hacen mal, y que encuentren el camino correcto. Para que dediquen su esfuerzo a las cosas que realmente son útiles en lugar de perder el tiempo, de forma que trabajen menos y con mejores resultados... - En ese momento se le quebró la voz, tomó un trago del whisky, y tras poner la mueca de aquél que no está acostumbrado a las bebidas fuertes, continuó - Me dice que quiere poder ver las cosas desde arriba, con independencia, y ser capaz de ayudar a los demás a decidir qué es bueno y qué es malo.
- ¡¡¡No fastidies, Mariano, que después de tantos años de estudios, tu hijo se quiere meter a cura!!! - Cortó José Luis que  no sabía si sentir alivio o preocupación ante semejante revelación del atormentado Mariano.
- No, José Luis... sí fuera eso... No - y Mariano miró directamente a los ojos a su amigo. Una lágrima rodaba por su mejilla - No - repitió - El niño quiere ser auditor.

jueves, 30 de mayo de 2019

Qué, ¿de viaje, verdad?

Por algún oscuro motivo, todo ser humano que ve a un conocido arrastrando una maleta, sea ésta del tamaño que sea, siente el irrefrenable impulso de preguntar algo así como: "¿Qué, de viaje, verdad?".
Esa pregunta se podría responder con un monosílabo, y ahí se acabaría el problema, pero queda feo, y por no ofender, muchas veces se inicia una conversación no necesariamente deseada.

Yo caí en esa trampa hace algunos días, cuando volvía a casa tras unas auditorías.

- "¿Qué, de viaje, verdad? - me pregunta un vecino al que no veía desde hacía tiempo, al verme llegar con mi maleta.
- - respondí, sin más.
En unas décimas de segundo pensé que quizás había sido un poco brusco y que debía añadir algo más porque al fin y al cabo, me había preguntado cordialmente, así que tras esa incómoda pausa en la que seguro que el buen hombre tuvo la duda de si yo era un tipo desagradable o no, continué.
- Vuelvo. He estado tres días fuera.
 Me sentí satisfecho con mi respuesta. Era más que una simple afirmación y daba algo de información, pero no revelaba ningún tipo de secreto importante. Pensé que con eso daba por concluida la conversación. Craso error.
- Ah, bien. - dijo - ¿y has ido muy lejos? - volvió a preguntar.
En ese momento, había dos respuestas posibles:
"A ti que te importa" (pudiendo meter cualquier grosería entre el "qué" y el "te") o decir amistosamente la verdad.
Opté por la segunda.
- He estado en Viena y en Budapest - respondí-
- ¡Qué bonitos sitios! - exclamó - ¿de vacaciones?
 Reconozco que la pregunta me cogió por sorpresa. Yo consideraba que siendo un día laborable en mitad de abril, viendo cómo iba vestido y teniendo en cuenta el tipo de maleta que llevaba, era evidente para cualquiera que tuviera dos ojos en la cara que no había estado de vacaciones, pero como la experiencia me ha demostrado que lo que es evidente para mí puede no serlo para los demás, de nuevo me guardé la ácida respuesta que se me venía a la boca, para decir simplemente:
- No, por trabajo. 
- Ah, vaya. no es lo mismo, pero algo habrás visto, ¿no?
Me empezaba a incomodar tanto interés. Mis padres siempre me habían enseñado que no se habla con desconocidos, y aunque este era un vecino, no lo conocía lo suficiente como para considerarlo un amigo.
- Pues no, la verdad. No he tenido tiempo.
Con esto, pensé que quedaba zanjado el asunto, pero de nuevo me equivocaba.
- ¡Oh, no es posible. Deberías! con lo bonitas que son Praga y Budapest - se lamentó
De dónde había sacado Praga el muchacho, no lo sé. Esto cada vez se parecía más a un diálogo de besugos. No iba a decir nada más. Además., ese "deberías" me había sentado mal. Ya me hubiera gustado a mí, ¡no te fastidia!
- ¿Y a qué te dedicas? - continuó - Si me permites que te pregunte, claro.
No se lo había permitido, ciertamente, pero ya lo había preguntado. Así que de nuevo tenía que escoger entre ser grosero y no serlo, y de nuevo, esta vez con dudas, elegí la segunda opción.
- Hago auditorías - Concluí.
Con esto tenía que ser suficiente. El tema no daba para más, y yo quería llegar a casa de una vez. Pero no. Una vez que mencionas que haces auditorías, tienes que ampliarlo, como si tuvieras que justificarte. Algo así como si dices que asesinas ancianas al atardecer. Es algo que la gente no entiende muy bien, y tienes que explicarlo.
- Ah, parece interesante. ¿Y qué haces exactamente?¿Auditorías de cuentas y esas cosas? - preguntó, inevitablemente
Ahí decidí poner toda la carne en el asador, y explicarle lo que habían sido mis tres días anteriores con pelos y señales.
- No, ese es otro tipo de auditorías - le expliqué - las mías son diferentes. Mira, para que te hagas una idea: El domingo salí de casa a las cinco y media de la tarde, aparqué en el aeropuerto, pasé el control de seguridad, fui a la puerta de embarque y no esperé mucho porque mi vuelo salía a las siete. Durante el vuelo me preparé la lista de verificación de la primera auditoría, que en ese caso me la hacían a mí, pero también me dio tiempo a leer un poco y a comerme un bocadillo de esos de los aviones, que son muy caros y no están demasiado buenos. Cerca de las diez de la noche aterricé en Viena y salí del aeropuerto. Tomé un taxi que me llevó al hotel, que estaba a 34 km. A esa hora, no hay nada abierto en ese país, por lo que no había nada que hacer. Entre unas cosas y otras eran más las once, y no quedaba sino tomar una ducha para descansar del viaje, y meterme en la cama. Era más de medianoche. El lunes el móvil me sacó de la cama a las seis de la mañana. Ducha, desayuno y a las siete me esperaban para llevarme a la oficina para preparar la auditoría. A las nueve llegó el auditor, de la Autoridad de Aviación Civil de Austria, y estuvo preguntando cosas incómodas hasta poco más de las dos de la tarde. Afortunadamente, todo salió bien. Lo único cercano para comer era un restaurante oriental de esos de buffet libre. Todo sanísimo. Luego tenía que volver al centro de Viena, para coger el tren que me llevaba a Budapest, para la segunda auditoría. Una hora de coche y media hora de espera en el andén de la estación. Luego tres horas de tren hasta Budapest. Por supuesto, habia que responder las llamadas que tenía acumuladas de toda la mañana de auditoría. Las tres horas, entre conversación y conversación, pasaron volando, y a las siete y algo de la tarde me presenté en Budapest, ciudad en la que no había estado nunca antes. Miré en el móvil dónde caía el hotel, y según Google Maps, se tardaba media hora andando. Estaba harto de coche y tren, y como no hacía mala temperatura, fui andando al hotel. Hubiera estado mejor decir "paseando", pero con la maleta a rastras, y que iba con la hora pegada, lo más acertado es decir que "anduve rápido". Eran poco más de las ocho de la tarde cuando llegué a la Recepción del Hotel. Allí, el individuo que estaba tras el mostrador y que no olvidaré que se llamaba Mohammed Salah, como el futbolista, pero en lento. no parecía tener ninguna prisa. Tardó fácilmente 15 minutos en gestionar la reserva de los surcoreanos a los que estaba atendiendo, y otros 15 en gestionar la mía, y eso que estaba pagada por la empresa, pero finalmente conseguí la llave. Subí a la habitación, me duché, me cambié de ropa y bajé de nuevo. Tardé otros diez minutos en conseguir que el amigo Mohammed me pidiera un taxi para volver al aeropuerto, porque una vez allí, me esperaba mi compañero para la auditoría, que esta vez hacía yo. De nuevo control de seguridad. Diez minutos porque los zapatos pitaban en el arco, pero finalmente accedimos a las oficinas. Cerca de las diez de la noche. La auditoría transcurrió entre herramientas calibrables, inventarios, productos inflamables y registros de mantenimiento de aeronaves, como siempre, y cuando ya no era capaz de distinguir un torquímetro de una rueda, decidí que continuaríamos al día siguiente. En eso, me acordé de que no había comido desde el restaurante chino de Austria, pero a esas horas, cerca de la una y media de la mañana, lo único que había abierto era un McDonalds, y gracias. Eran las dos y media de la mañana cuando mi compañero me dejó en el hotel. Me dormí inmediatamente, y el martes a las siete, el despertador (mi móvil) me dio a entender que ya era suficiente. De nuevo ducha, desayuno y check out. Menos mal que Mohammed había terminado su turno, porque si no, seguiría todavía allí. Pedí un taxi para ir al aeropuerto, donde había quedado con mi compañero para terminar la auditoría del día anterior. Eran alrededor de las ocho y media de la mañana. De nuevo control de seguridad, pero esta vez me quité los zapatos y me ahorré ocho minutos. Luego seguimos con la auditoría de las instalaciones y la del avión. Terminamos sobre la una y media. Por fin, daba tiempo a comer como las personas. Pero no mucho. A las cuatro salía el vuelo hacia Frankfurt. Allí una hora de escala y finalmente el vuelo a Madrid... Y aquí estoy, concluí. ¿Comprendes ahora por qué no me ha dado tiempo a ver nada de las preciosas ciudades de Viena y Budapest? 
- Oh, vaya - fue lo único que acertó a decir tras la chapa que le había dado - te dejo, que querrás descansar.
- Bueno, pues hasta mañana - me despedí.

Y ahí terminó todo. Algo en mi interior me dice que no será la última vez que tenga que contarle mi vida a alguien. Pero no a ese vecino en particular, que desde aquel día, yo creo que me evita.